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"El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen." Santa Teresa de Ávila
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jueves, 10 de octubre de 2013

ENSEÑANDO A LA MAESTRA



Su nombre era Srta. Pérez. Mientras estaba al frente de su clase de 5º grado, el primer día de clase lo iniciaba diciendo a los niños una mentira.

Como la mayor parte de los profesores, ella miraba a sus alumnos y les decía que a todos los quería por igual. Pero eso no era posible, porque ahí en la primera fila, recostado sobre su asiento, estaba un niño llamado Carlos.

La Srta. Pérez había observado a Carlos desde el año anterior y había notado que él no jugaba a gusto con los compañeros, su ropa estaba muy descuidada y constantemente necesitaba darse un buen baño.

Carlos comenzaba a ser un tanto desagradable. Llegó el momento en que la Srta. Pérez disfrutaba al marcar los trabajos de Carlos con un rotulador rojo haciendo una gran X y colocando un cero muy llamativo en la parte superior de sus tareas.

En la escuela donde la Srta. Pérez enseñaba, le era requerido revisar el historial de cada niño, pero dejó el expediente de Carlos para el final.
Cuando ella revisó su expediente, se llevó una gran sorpresa. La profesora de primer grado escribió: “Carlos es un niño muy brillante con una sonrisa sin igual. Hace su trabajo de una manera limpia y tiene muy buenos modales… es un placer tenerlo cerca”.

Su profesora de segundo grado escribió: “Carlos es un excelente estudiante, se lleva muy bien con sus compañeros, pero se nota preocupado porque su madre tiene una enfermedad incurable y el ambiente en su casa debe ser muy difícil”.

La profesora de tercer grado escribió: “Su madre ha muerto, ha sido muy duro para él. Él trata de esforzarse mucho, pero su padre no muestra mucho interés y el ambiente en su casa le afectará pronto si no se toman ciertas medidas”.
Su profesora de cuarto grado escribió: “Carlos se encuentra atrasado con respecto a sus compañeros y no muestra mucho interés en la escuela. No tiene muchos amigos y en ocasiones duerme en clase”.

Ahora la Srta. Pérez se había dado cuenta del problema y estaba apenada con ella misma. Comenzó a sentirse peor cuando sus alumnos les llevaron sus regalos de Navidad, envueltos con preciosos envoltorios y papel brillante, excepto Carlos. Su regalo estaba mal envuelto con un papel amarillento que él había tomado de una bolsa de papel.

A la Srta. Pérez le dio pánico abrir ese regalo en medio de los otros presentes. Algunos niños comenzaron a reír cuando ella encontró un viejo brazalete y un frasco de perfume empezado, con sólo un cuarto de su contenido original.

Ella detuvo las burlas de los niños al exclamar lo precioso que era el brazalete mientras se lo probaba y se colocaba un poco del perfume en su muñeca.

Carlos se quedó ese día al final de la clase el tiempo suficiente para decir:
“Srta. Pérez, en el día de hoy usted huele como solía oler mi mamá”.

Después de que el niño se marchara, ella estuvo llorando al menos una hora...

Desde ese día, además de enseñarles a los niños aritmética, a leer y a escribir, también se preocupó de educarlos en valores. La Srta. Pérez puso atención especial en Carlos. 

Conforme comenzó a trabajar con él, su cerebro comenzó a revivir. Mientras más lo apoyaba, él respondía más rápido.

Para el final del ciclo escolar, Carlos se había convertido en uno de los niños más aplicados de la clase y a pesar de su mentira de que quería a todos sus alumnos por igual, Carlos se convirtió en uno de los consentidos de la maestra.

Un año después, ella encontró una nota debajo de su puerta, era de Carlos, diciéndole que ella había sido la mejor maestra que había tenido en toda su vida.

Seis años después por las mismas fechas, recibió otra nota de Carlos, ahora escribía diciéndole que había terminado la preparatoria siendo el tercero de su clase y ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida.
Cuatro años después, recibió otra carta que decía que a pesar de que en ocasiones las cosas fueron muy duras, se mantuvo en la escuela y pronto se graduaría con los más altos honores.

Él le reiteró a la Srta. Pérez que seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida y su favorita.

Cuatro años después recibió otra carta. En esta ocasión le explicaba que después de concluir su carrera, decidió viajar un poco. La carta le explicaba que ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido y su favorita, pero ahora su nombre se había alargado un poco, la carta estaba firmada por Carlos Rodríguez, Doctor en Medicina.

La historia no termina aquí, existe una carta más que leer. Carlos ahora decía que había conocido a una chica con la cual iba a casarse. Explicaba que su padre había muerto hacía un par de años y le preguntaba a la Srta. Pérez si le gustaría ocupar en su boda el lugar que usualmente es reservado para la madre del novio. Por supuesto, la Srta. Pérez aceptó y adivinen…

Ella fue a la boda luciendo el viejo brazalete y se aseguró de usar el perfume que Carlos recordaba que usó su madre la última Navidad que pasaron juntos.
Se dieron un gran abrazo y el Dr. Rodríguez le susurró al oído, “Gracias Srta. Pérez, por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y mostrarme que yo puedo hacer la diferencia”.

La Srta. Pérez, con lágrimas en los ojos, respiró profundamente y dijo, “Carlos, te equivocas, tú fuiste el que me enseñó a mí que yo puedo hacer la diferencia. “No sabía cómo educar hasta que te conocí”.
Alegra el corazón de alguien hoy… comparte este mensaje. Recuerda que a donde quiera que vayas y hagas lo que hagas, tendrás la oportunidad de tocar y/o cambiar los sentimientos de alguien, trata de hacerlo de una forma positiva.


domingo, 6 de octubre de 2013

¿Hay malos usos de los métodos naturales?

Muchas personas piensan que el Billings y los métodos naturales para regular la propia fertilidad serían siempre “buenos”: cualquier pareja de esposos podría usarlos sin ningún escrúpulo. Piensan, además, que la Iglesia acepta plenamente cualquier uso de los métodos naturales. Algunos dicen, incluso, que el Billings sería un “método anticonceptivo” aprobado para los católicos, por el hecho de que es “natural”.

        Estas suposiciones caen en varios errores que conviene descubrir y superar. El primero consiste en creer que el Billings es un método anticonceptivo que puede ser puesto al lado de otros métodos.

        Unos usan la píldora, otros usan el condón, otros usan la espiral (que, muchos lo olvidan, actúa también como método abortivo precoz)... y otros usan el Billings. ¿Cuál es la diferencia? El resultado que buscan todos es el mismo: no tener hijos durante un periodo más o menos largo de tiempo.

        Notamos, en efecto, que cuando una pareja decide no tener hijos, busca información sobre los mejores métodos, estudia la eficacia de cada uno, consulta con el ginecólogo. El Billings y otros métodos naturales aparecen en algunas listas como si se tratasen de métodos anticonceptivos, puestos al mismo nivel que los demás, valorados con un buen índice de “eficacia” para prevenir el embarazo.

        Pero si vamos a fondo, nos damos cuenta de un grave error. Técnicamente hablando, es anticonceptiva “toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación” (Pablo VI, encíclica Humanae vitae n. 14).

        Así, hay anticoncepción cuando se busca impedir el encuentro de los gametos a través de una cierta alteración del correcto funcionamiento del organismo femenino (o masculino, cuando existan técnicas orientadas al varón), o a través de otros métodos que obstaculicen el ingreso de los espermatozoides en la vagina cuando los esposos tienen relaciones sexuales.

        El Billings no actúa así: ni altera el organismo de la mujer, ni pone barreras a los espermatozoides. Nunca es, por lo tanto, un método anticonceptivo.

        ¿Qué es, entonces, el Billings? Es un método que ofrece información a la mujer para que pueda compartirla con su esposo: cuáles son los días fértiles y cuáles son los días no fértiles. Desde esa información, la pareja puede decidir en qué momentos tener o no tener relaciones sexuales: en cualquier momento, o, si existen motivos de peso, sólo en los momentos en los que la mujer no es fértil.

        Es importante, por lo tanto, dejar claro que los métodos naturales, en sí mismos, no suponen ningún mecanismo anticonceptivo, pues nunca alteran la naturaleza del acto sexual. Desde este punto de vista, en cuanto actos, no son algo éticamente incorrecto.

        Existe, a la vez, un segundo error: creer que el Billings puede ser usado siempre que se desee cuando los esposos no quieren tener hijos. En realidad, existen casos en los que usar el Billings y otros métodos naturales sería éticamente incorrecto, y conviene evidenciarlos.
        Pensemos en unos esposos que deciden, sin motivos de peso, no tener hijos a través del uso del Billings o de otros métodos naturales. Con su opción afrontan su vida matrimonial desde una perspectiva errónea. Cuando no existen graves motivos para no abrirse a la llegada de los hijos, la vida de pareja en su dimensión sexual y fecunda queda empobrecida y, en algunos casos, seriamente dañada. Domina entonces el egoísmo y se pierde el horizonte auténtico del amor esponsal, que implica tanto la ayuda mutua como el abrirse a procrear y educar a los hijos.

        En esos casos el uso de métodos naturales se convierte en algo inmoral. No porque los métodos naturales sean en sí mismos malos, porque no lo son. Sino porque el egoísmo u otros motivos insuficientes llevan a los esposos a recurrir a tales métodos con un fin éticamente incorrecto.

        Vale aquí lo que durante siglos han enseñado los expertos de ética: la bondad o maldad de un acto depende del objeto, del fin y de las circunstancias. El objeto es lo que uno realiza. El fin es el “para qué” una persona hace una cosa u otra. Las circunstancias son aquella serie de elementos que rodean cada uno de nuestros actos.

        En el caso del Billings, el objeto (lo que se hace) es correcto. Pero puede ser incorrecto el fin: usar el Billings para evitar la llegada de los hijos por motivos equivocados, egoístas, inválidos. Un fin erróneo convierte en éticamente malo el uso de un método bueno. Al revés, no empieza a ser bueno un método anticonceptivo (en sí mismo siempre malo) cuando se usa por un motivo bueno (en los casos en que una pareja tenga serias razones para no tener hijos).

        Es importante dejar claro que existen usos inmorales de los métodos naturales. Es por eso necesario que los esposos se pregunten si, de verdad, los motivos que creen tener para decir “no” a la llegada de un hijo son suficientes, son de peso. Si los motivos son insuficientes o incorrectos, la actitud más correcta será reconocerlo para superar egoísmos y abrirse con más confianza en Dios y en su propio amor para acoger con generosidad a los hijos que puedan nacer desde la vida conyugal bien vivida.


        Gracias a Dios, son muchos los esposos que se abren cada año al gran misterio de la vida. De este modo colaboran con Dios en la llegada de los hijos. Descubren así la grandeza de la vocación matrimonial al ver, junto al lecho esponsal, cómo corren, ríen y tropiezan esos niños que testimonian la belleza de la familia y la bondad del Dios amante de la vida.

http://www.fluvium.org/textos/familia/fam930.htm
Fernando Pascual, L.C.
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