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"El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen." Santa Teresa de Ávila
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sábado, 28 de septiembre de 2013

Tres consejos para mejorar la forma en que lidias con conflicto

Todos podemos pensar en aquella persona que al sentir la más breve posibilidad de conflicto hace una broma, se ríe, abandona la situación, se queda completamente callado, o simplemente cambia el tema. Tal vez todos estos escenarios suenan tan familiares, porque esta persona somos nosotros. No nos gusta el conflicto: lo evadimos a toda costa, simplemente porque no sabemos cómo lidiar con él. El no saber cómo manejar tales emociones nos puede hacer sentir bastante incómodos, y hasta podemos sentir ansiedad solamente de pensar en un posible conflicto.

La realidad es que no tenemos que vivir con esta aversión y podemos aprender a lidiar con conflictos pues, después de todo, los conflictos son inevitables en cualquier relación humana. Son estos conflictos los que ofrecen una oportunidad para crecer y desarrollar habilidades que son imposibles si éstos no están presentes. El aprender a lidiar con no solamente nuestras emociones sino también con las emociones de la persona con la que tal vez tengamos algún trance no es precisamente fácil, pero sí una habilidad que se desarrolla con el tiempo y que es necesaria para relaciones interpersonales que son sanas y productivas. A continuación te presento tres consejos para ayudarte a lidiar con conflicto y ya no evitarlo.


1. Empieza a ver el conflicto como una oportunidad de aprendizaje y no algo que destruye relaciones: La mayoría de las personas que evitan el conflicto lo ven como algo que instantáneamente destruye relaciones, pero la realidad es que cuando lo manejamos apropiadamente es una oportunidad para aprender de nosotros mismos y de la otra persona. Cuando tenemos un conflicto entre personas, este es una señal de que algo tiene que cambiar para mejorar la relación, cuando lo ves desde esta perspectiva es mucho más fácil mantener nuestras emociones bajo control pues buscamos aprender y seguir adelante.

2. Deja que el sentimiento de incomodidad siga su curso: Muchas veces el estar en un conflicto te hace sentir tan incómodo que juras que vas a explotar o que no lo puedes soportar. Ninguno de estos pensamientos es correcto, pues si dejamos de concentrarnos en estos pensamientos erróneos, nos daremos cuenta de que con el tiempo esta incomodidad disminuye drásticamente, y para muchas personas desaparece. Un pequeño sentimiento de aversión es normal, y el sentirse incómodo es natural. Por lo tanto, el tener la expectativa de que de alguna forma será incómodo, ayuda a disminuir nuestra ansiedad y en lugar de luchar contra él, es mejor dejar que sea nuestro cuerpo quien se encargue de ello.

3. La honestidad con un tono suave disipa el conflicto: La mayoría de las veces evadimos el conflicto al no decir lo que realmente sentimos y pensamos. Sin embargo este es un error, ya que nuestra honestidad, cuando es transmitida sin contención, disipa el conflicto en lugar de aumentarlo. Ármate de valor y sé honesto en tus conversaciones especialmente cuando hay un malentendido. Recuerda que es cuando no somos honestos, que las cosas se hacen peor. Además, cuando no decimos lo que realmente sentimos y pensamos, el conflicto se guarda por un momento, pero volverá a salir en un futuro no muy lejano. Por lo tanto no evites el conflicto, sino afróntalo con honestidad.

En relaciones interpersonales, especialmente relaciones familiares, el conflicto es prácticamente inevitable pues somos diferentes y muchas circunstancias se prestan para malentendidos y demás situaciones en donde uno responde a la defensiva. Por lo tanto, es esencial aprender esta habilidad de lidiar con él en lugar de evadirlo simplemente porque no nos gusta; esto es natural pero no quiere decir que no podemos aprender y mejorar nuestras relaciones como consecuencia de un conflicto. Cuando aprendemos, practicamos, y buscamos mejorar, el conflicto es realmente una oportunidad para mejorar relaciones y no algo que se encarga de destruirlas.


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jueves, 26 de septiembre de 2013

Un abrazo...


¡Es increíble todo lo que puede hacer un abrazo! Puede darte ánimos, cuando estás algo triste,puede decirte, "Te amo tanto" o,

"¡Vaya! Cómo odio ver que te vayas".


Un abrazo es,

"¡Qué bueno que estés de vuelta!" y "¡Qué bueno es verte!" o
"¿Dónde estuviste?"

Un abrazo puede calmar el dolor de un niño y ¡producir un arco iris después de la lluvia!


¡El abrazo! No hay duda que sin él, nos costaría mucho sobrevivir.
Ya no tienes que preocuparte,
porque un abrazo es la manera de decir "Lo siento".



Un abrazo es delicioso, tibio y encantador,
¡debe ser la razón por la que Dios nos dio los brazos!
Los abrazos son muy buenos para las madres
y para los padres, muy dulces para las hermanas, y muy gratos para los hermanos.



Casi seguro que para algunas de las tías favoritas son mejores que sus plantas.
A los gatitos les encanta; los cachorritos no pueden vivir sin los abrazos.

Ni siquiera los jefes de estado los dejan de lado.


Un abrazo puede romper la barrera del idioma
¡y hacer muy brillante el día más sombrío!
Y ni siquiera tienes que preocuparte en guardarlos...
Porque mientras más das, ¡más tendrás!



Así que, no te demores... abre los brazos,

¡Y dale un gran abrazo a alguien, hoy día!




celebrandolavida.org

miércoles, 25 de septiembre de 2013

¿Qué debe saber un niño de cuatro años?

Hace poco, en un foro sobre la educación de los hijos, leí una entrada de una madre preocupada porque sus hijos, de cuatro años y año y medio, no sabían lo suficiente. "¿Qué debe saber un niño de cuatro años?", preguntaba.
Las respuestas que leí no solo me entristecieron sino que me irritaron. Una madre indicaba una lista de todas las cosas que sabía su hijo. Contar hasta 100, los planetas, escribir su nombre y apellido, y así sucesivamente. Otras presumían de que sus hijos sabían muchas más cosas, incluso los de tres años. Algunas incluían enlaces a páginas con listas de lo que debe saber un niño a cada edad. Solo unas pocas decían que cada niño se desarrolla a su propio ritmo y que no hay que preocuparse.
Me molestó mucho que la respuesta de esas mujeres a una madre angustiada fuera añadirle más preocupación, con listas de todo lo que sabían hacer sus hijos y los de ella no. Somos una cultura tan competitiva que hasta nuestros niños en edad preescolar se han convertido en trofeos de los que presumir. La infancia no debe ser una carrera.
Por todo ello, he decidido proponer mi lista de lo que debe saber un niño (o una niña) de cuatro años:
  1. Debe saber que la quieren por completo, incondicionalmente y en todo momento
  2. Debe saber que está a salvo y debe saber cómo mantenerse a salvo en lugares públicos, con otra gente y en distintas situaciones. Debe saber que tiene que fiarse de su instinto cuando conozca a alguien y que nunca tiene que hacer algo que no le parezca apropiado, se lo pida quien se lo pida. Debe conocer sus derechos y que su familia siempre le va a apoyar.
  3. Debe saber reír, hacer el tonto, ser gamberro y utilizar su imaginación. Debe saber que nunca pasa nada por pintar el cielo de color naranja o dibujar gatos con seis patas.
  4. Debe saber lo que le gusta y tener la seguridad de que se le va a dejar dedicarse a ello. Si no le apetece nada aprender los números, sus padres tienen que darse cuenta de que ya los aprenderá, casi sin querer, y dejar que en cambio se dedique a las naves espaciales, los dinosaurios, a dibujar o a jugar en el barro.
  5. Debe saber que el mundo es mágico y ella también. Debe saber que es fantástica, lista, creativa, compasiva y maravillosa. Debe saber que pasar el día al aire libre haciendo collares de flores, pasteles de barro y casitas de cuentos de hadas es tan importante como practicar la fonética. Mejor dicho, mucho más.
Pero más importante es lo que deben saber los padres:
  1. Que cada niño aprende a andar, hablar, leer y hacer cálculos a su propio ritmo, y que eso no influye en absoluto en cómo de bien ande, hable, lea o haga cálculos después.
  2. Que el factor que más influye en el buen rendimiento académico y las buenas notas en el futuro es que leer a los niños de pequeños. No las fichas, ni los manuales, ni las guarderías elegantes, ni los juguetes y ordenadores más rutilantes, sino que mamá o papá dediquen un rato cada día o cada noche (o ambos) a sentarse a leerles buenos libros.
  3. Que ser el niño más listo o más estudioso de la clase nunca ha significado ser el más feliz. Estamos tan obsesionados por tratar de dar a nuestros hijos todas las "ventajas" que lo que les estamos dando son unas vidas tan pluriempleadas y llenas de tensión como las nuestras. Una de las mejores cosas que podemos ofrecer a nuestros hijos es una niñez sencilla y despreocupada.
  4. Que nuestros niños merecen vivir rodeados de libros, naturaleza, utensilios artísticos y la libertad para explorarlos. La mayoría de nosotros podríamos deshacernos del 90% de los juguetes de nuestros hijos y no los echarían de menos, pero algunos son importantes: juguetes como los LEGO y las construcciones, juguetes creativos como los materiales artísticos de todo tipo (buenos), los instrumentos musicales (tanto clásicos como multiculturales), disfraces, y libros y más libros (cosas, por cierto, que muchas veces se pueden conseguir muy baratas en tiendas de segunda mano). Necesitan libertad para explorar con estas y otras cosas, para jugar con montoncitos de alubias secas en el taburete (supervisados, por supuesto), amasar pan y ponerlo todo perdido, usar pintura, plastilina y purpurina en la mesa de la cocina mientras hacemos la cena aunque lo salpiquen todo, tener un rincón en el jardín en que puedan arrancar la hierba y hacer un cajón de barro.
  5. Que nuestros hijos necesitan tenernos más. Hemos aprendido tan bien eso de que necesitamos cuidar de nosotros mismos que algunos lo usamos como excusa para que otros cuiden de nuestros hijos. Claro que todos necesitamos tiempo para un baño tranquilo, ver a los amigos, un rato para despejar la cabeza y, de vez en cuando, algo de vida aparte de los hijos. Pero vivimos en una época en la que las revistas para padres recomiendan que tratemos de dedicar 10 minutos diarios a cada hijo y prever un sábado al mes dedicado a la familia. ¡Qué horror! Nuestros hijos necesitan la Nintendo, los ordenadores, las actividades extraescolares, las clases de ballet, los grupos organizados para jugar y los entrenamientos de fútbol mucho menos de lo que nos necesitan a NOSOTROS. Necesitan a unos padres que se sienten a escuchar su relato de lo que han hecho durante el día, unas madres que se sienten a hacer manualidades con ellos, padres y madres que les lean cuentos y hagan tonterías con ellos. Necesitan que demos paseos con ellos en las noches de primavera sin importarnos que el pequeñajo vaya a 150 metros por hora. Tienen derecho a ayudarnos a hacer la cena aunque tardemos el doble y trabajemos el doble. Tienen derecho a saber que para nosotros son una prioridad y que nos encanta verdaderamente estar con ellos.
Y volviendo a esas listas de lo que saben los niños de cuatro años...
Sé que es natural comparar a nuestros hijos con otros niños y querer asegurarnos de que estamos haciendo todo lo posible por ellos. He aquí una lista de lo que se suele enseñar a los niños de esa edad y lo que deberían saber al acabar cada curso escolar, a partir del preescolar.
Como nosotros estamos educando a nuestros hijos en casa, yo suelo imprimir esas listas para comprobar si hay algo que falte de forma llamativa en lo que están aprendiendo. Hasta ahora no ha sucedido, pero a veces obtengo ideas sobre posibles temas para juegos o libros que sacar de la biblioteca pública. Tanto si los niños van al colegio como si no, las listas pueden ser útiles para ver lo que otros están aprendiendo, y pueden ayudar a tranquilizarnos sabiendo que van muy bien.
Si existen aspectos en los que parece que un niño está por detrás, hay que darse cuenta que eso no indica ningún fracaso, ni del niño ni de sus padres. Simplemente, es una laguna. Los niños aprenden lo que tienen alrededor, y la idea de que todos deben saber esas 15 cosas a una edad concreta es una tontería. Aun así, si queremos que las aprenda, lo que tenemos que hacer es introducirlas en la vida normal, jugar con ellas, y las absorberá de manera natural. Si contamos hasta 60 cuando estamos haciendo la masa de un bizcocho, aprenderá a contar. Podemos sacar de la biblioteca libros divertidos sobre el espacio o el abecedario. Experimentar con todo, desde la nieve hasta los colores de los alimentos. Todo irá entrando con más naturalidad, más diversión y muchas menos presiones.
Sin embargo, mi consejo favorito sobre los niños pequeños es el que aparece en esta página. 
¿Qué necesita un niño de cuatro años?

Mucho menos de lo que pensamos, y mucho más.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
 

martes, 24 de septiembre de 2013

Cómo sanar una confianza que ha sido fracturada


El matrimonio no es algo fácil. Puede ser un sueño hecho realidad de momentos hermosos o puede volverse una pesadilla diaria. Como seres humanos no somos perfectos, pero no es excusa para dañar a nuestra pareja y a nuestra familia.

La confianza que tenemos en nuestra pareja es elemental para tener una relación sana. Cuando ésta se daña el dolor y la decepción hace que sea complicado poder restaurarla. Pienso que todos pasamos por diferentes etapas en el matrimonio, de alguna u otra forma nos sentimos en algún momento que no podemos confiar en la persona que amamos.

He vivido de cerca muchos casos de familias donde el padre o la madre le son infieles a sus cónyuges. También donde han existido mentiras de todo tipo y existe resentimiento que no ha querido sanar. El dolor por el que pasan los hijos y el trauma que pueden sufrir no tienen límite. - 


Algunos consejos que pueden ayudar a restaurar la confianza son:


  • Confrontación y honestidad: Se debe decir todo. Si tu pareja te engañó, te mintió, dijo que iba a hacer algo que no hizo, sufre de una adicción, o dice que ya no te ama, éste es el momento de sacar los trapitos al sol y decir las cosas de frente. Ocultar las cosas es negar una herida, e impedir que sane. Cuando no se quiere aceptar la culpa, aunque sabes que tu pareja cometió una falta, es mejor tener paciencia y analizar la situación. Algunas veces pensamos mal o es fácil adelantarse y sacar conclusiones antes de saber realmente los hechos.

  • Humildad: Olvida tu orgullo. Después de un engaño y de sufrir una decepción nuestro orgullo se hiere también. Esto no quiere decir que tengas que humillarte totalmente hasta pedir de rodillas que tu pareja deje de mentirte. Me refiero a que debemos de dar espacio para aceptar el perdón. Si tú cometiste la falta, mostrar humildad a tu pareja va a ser que pueda sanar más rápido la herida causada.

  • Comunicación: Siempre se debe de tener una buena comunicación para poder restaurar la confianza. Expresar los sentimientos y el dolor, es momento para hablar, no te guardes nada y no tengas temor de decir lo mucho que te lastimaron las acciones de tu pareja. No es momento para hacerte la valiente y guardarte todo. Sé vocal y habla para que te escuchen.

  • Perdonar y olvidar: Si amamos a nuestra pareja, debemos perdonarla con todo el corazón. Es contraproducente decir: “te perdono”, y luego recordar sus fallas cada vez que hay una pelea. Si no estás lista para perdonar porque te lastimó mucho, intenta simplemente no decirlo, hasta que lo sientas de verdad.
  • Amor: El amor y la confianza son muy buenas amigas. Si solo tenemos una de ellas, la otra puede desgastarse fácilmente. Después de que tu pareja y tú han pasado por un momento doloroso y donde se necesita reiniciar la relación, empiecen de nuevo con citas para reconstruir la relación, procurando demostrarse mucho cuánto se aman.

  • Paciencia: Es mejor esperar un tiempo para restaurar tu relación. No es bueno tomar decisiones cuando estás molesta. A veces decimos cosas que lastiman porque estamos enojados o heridos. Si esperas que simplemente podrás volver a confiar de un día para otro, vas a decepcionarte. E igual: si tú cometiste la falta y esperas que con un perdón todo se arregle mágicamente, vas sufrir la decepción más grande del mundo. Trabaja tu relación, un día a la vez.

  • Respeto: No insultar y no herir a tu pareja. Es mejor evitar los sobrenombres o las burlas. Tomar todo enserio y no a la ligera. La relación que tienes con tu cónyuge es la más sagrada que puede haber. Existe gente que disfruta destruirla. Mujeres u hombres que se denigran así mismos intentando dañar familias. No permitas que te pase esto. Un matrimonio es solo tuyo y de tu cónyuge. Tu familia y sobretodo amigos no necesitan saber todas las faltas que cometió tu pareja. Si necesitas alguien con quien hablar, escoge solo un miembro de tu familia que va a entenderte y aconsejarte. No lo grites a los cuatro vientos: quien lo hace, no respeta ni protege su matrimonio.
Si actualmente vives desconfiando de tu pareja, quiero decirte que sí se puede volver a confiar. Mientras exista amor de parte de los dos, todo se puede lograr. Existen relaciones donde se daña mucho al cónyuge o puede llegar a haber abuso físico o psicológico. No intentes hacerte el héroe: pide ayuda e incluso, si es necesario, aléjate de tu pareja hasta que ella pueda recibir la ayuda que necesita.

Cuida de tu matrimonio y de tu cónyuge. No vivas con dolor y siempre di lo que sientes. El perdonar y volver a confiar puede hacer que sigas disfrutando de un matrimonio hermoso y sano. Ámate y disfruta de ser amado.


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lunes, 23 de septiembre de 2013

Generosidad en familia


Marta está llorando en un sofá. Pasa las hojas de un libro, con la mirada perdida y con los ojos hinchados. Frente a ella, Juan sonríe mientras tiene en su poder el Nintendo, todo para él y sólo para él.

        Cuando los padres entran en el salón de estar y se encuentran con una escena como la anterior, sienten que algo debe cambiar en sus hijos. ¿Cómo lograr que sean más generosos, cómo ayudarles para que aprendan el arte de compartir y de disfrutar al ver a otros felices?

        La generosidad es una de las virtudes humanas más hermosas. El generoso vive su relación con las cosas desde una perspectiva de condivisión, de apertura a los demás. No se encierra en sus intereses, no agota su existencia en la búsqueda del propio placer, en el acapararlo todo para sí. El generoso descubre las necesidades del otro, ve las cosas materiales como medios para servir, para dar, para establecer lazos de amistad.

        A todos nos gustaría vivir así, con las manos abiertas y con un corazón grande. Especialmente a todos nos gustaría poder ofrecer a los hijos una educación que les permita convertirse en niños (y futuros adultos) generosos y buenos.

        ¿Cómo lograrlo? ¿Qué hacer para que los hijos aprendan a ser generosos, para que rompan el cerco del egoísmo, para que sepan vivir sinceramente interesados por los demás?

        El primer paso consiste en el ejemplo. Pensemos en dos familias muy diferentes. En la primera, los padres hablan continuamente de lo que van a comprar, de cómo visten los vecinos, del coche nuevo que tiene un amigo. Además, cuando llegan a casa él o ella (o los dos) buscan ansiosamente el periódico, o la revista, o el libro, o el programa favorito. Si el otro o la otra han ocupado el diván más cómodo, quien ha “perdido” manifiesta que se siente triste y ofendido, mientras la parte ganadora disfruta de modo egoísta su victoria. Es de suponer que los hijos que viven en hogares como el anterior configuran su mente y su corazón según la ley de “primero yo y caiga el mundo”; es decir: se acostumbran a buscar siempre la satisfacción de sus deseos, incluso cuando saben que pueden provocar pena o dolor en otros.

        En la segunda familia, los padres saben ceder continuamente el paso, sirven la comida primero al otro, dejan el periódico o el libro a quien lo pide, o simplemente cuando ven entrar en casa al esposo o la esposa dejan todo para saludarle. Si ha llegado un poco más de dinero al hogar, piensan en seguida en ayudar a algún familiar necesitado, o incluso a un vecino pobre que no sabe cómo solucionar el problema de las goteras. Al salir de compras, están más pendientes de satisfacer al otro o a los hijos que en conseguir lo que más les gusta. Al pasar junto a un auténtico pobre saben ofrecerle una sonrisa o una pequeña ayuda. Y en el tren no dudan un momento en dejar el propio asiento a alguna persona mayor que lo necesita de verdad.

        Los hijos que viven en este segundo tipo de hogares “respiran” un clima de generosidad y de grandeza de corazón que penetra en sus almas. Descubren así que las cosas materiales valen en tanto en cuanto se reparten, se ofrecen a los otros. Perciben que el tiempo no es para satisfacer los propios caprichos, sino para estar junto a quien nos pide una mano. Valoran la vida no en cuanto sucesión de momentos de egoísmo que nos empobrecen, sino como camino hacia el altruismo, que nos hace ser más buenos con todos.
        El segundo paso, que necesita estar acompañado por el ejemplo, consiste en ofrecer pequeñas enseñanzas, con palabras o con acciones, a los hijos para que entren en el mundo de la generosidad.

        No hay que extrañarse de que un hijo de dos años sienta envidia cuando nace un hermanito. Es una reacción a veces instintiva. Pero los padres pueden empezar a ayudarle, con gestos y con paciencia, a comprender que uno no es el ombligo del mundo.

        El cariño verdadero buscará maneras para que el hijo se abra a la generosidad desde pequeño. Con su ejemplo, el padre le hará ver que todos hemos de ayudar a poner la mesa o a retirar los platos. La madre le permitirá descubrir lo hermoso que es dejar la silla más cómoda a los otros. El hermano mayor, si ha aprendido a ser generoso, buscará maneras para que sus juegos no sean sólo suyos, sino que puedan ser usados por los otros hermanos.

        El aire de una familia cambia cuando la generosidad se enseña y se vive de forma natural y constante. Habrá ocasiones, es parte de la vida, en que uno o varios sientan la fuerza del egoísmo y prefieran encerrarse en su habitación en vez de ayudar en la limpieza la casa. Pero los padres buscarán entonces un momento más sereno para hacer reflexionar a los hijos que la casa es de todos, que el tiempo pasa mejor si buscamos ayudarnos mutuamente, que las cosas brillan más cuando sufren el desgaste de más manos, y que la vida es más alegre si la compartimos con cualquiera que pueda pedirnos una ayuda, participar en sus estudios o sus juegos, o simplemente estar a su lado para leerle una novela mientras el sueño cierra sus párpados cansados.

        La generosidad debe ser una de las más importantes tareas educativas para cualquier hogar. Lo que los niños son ahora marcará la vida de jóvenes y de profesionistas del mañana. Vivimos en un mundo con demasiado egoísmo como para que también en casa falten toques de cariño que nacen de corazones generosos.

        En cambio, el mundo da un paso hacia lo bueno y lo bello cuando en el hogar alguien se acerca para ofrecernos un vaso de refresco con hielos. O cuando nos deja la computadora sin límites de tiempo. O cuando hay más familias que piensan en las cuentas del banco (que son importantes) no para que sirvan sólo a sus titulares, sino para promover bienestar entre los miembros de la casa y entre tantas personas necesitadas de generosidad, de ayuda, de respeto.


        Mamá está junto a Marta, mientras que papá le susurra a Juan unas palabras al oído. Los dos escuchan y hablan. Juan siente algo de pena porque va a dejar su juego, pero quizá pronto comprenderá que existen cosas mucho más importantes que tres horas de Nintendo. Marta, en cambio, se ha levantado con una mirada distinta. En voz baja, pero sincera, le dice a Juan: “No te pongas triste. De verdad, prefiero que juegues tú a que me dejes ahora el mando. Luego me dices el resultado, ¿eh?”

Fernando Pascual, L.C.

http://www.fluvium.org/textos/familia/fam926.htm

viernes, 20 de septiembre de 2013

La importancia de una buena comunicación en la pareja


Hace mucho tiempo se descubrió que todos los humanos necesitamos comunicarnos, porque esa comunicación es en absoluto necesaria para nuestro bienestar psicológico. Es decir, quien no se comunica, quien decide encerrarse en sí mismo, termina por acusar severos problemas mentales. Los estudiosos señalan que una persona normal, 75 por ciento del tiempo que está despierta se está comunicando de una u otra manera. Sin importar si estamos solos, no dejamos de comunicarnos (nos aconsejamos, a veces incluso nos regañamos y sí, hablamos mucho) con nosotros mismos.

Ahora, ¿cómo reconocer la importancia de la comunicación en pareja? Aquí te comparto algunas preguntas:


1. ¿Sabes que siempre te estás comunicando? Dicen los expertos en comunicación que siempre que hay dos personas juntas, hay comunicación. Incluso si uno de ellos decide guardar silencio. A veces llega a haber problemas en la pareja, uno de ellos no quiere hablar, y su pareja siente que se acabó la comunicación. Eso no es exactamente así. Porque cuando mandamos el mensaje de “no quiero comunicarme”, también nos estamos comunicando. Como dijo J. Lacan: “Cuando hay dos el silencio es comunicación”. Por supuesto, eso no quiere decir que sea una comunicación de calidad. Hace muchos años, en mi carácter de consejero platicaba con una señora que necesitaba ayuda por problemas en su matrimonio. Ella me dijo, exaltada: “¿Quién entiende a mi esposo? ¡Si le grito, malo! ¡Si le dejo de hablar por semanas, malo también!”. Por supuesto que entre esos dos extremos había muchos puntos que podrían ser una comunicación de calidad, ¿no lo crees?

2. ¿Has encontrado la mejor manera de comunicarte? Nuevamente: para tener salud mental necesitamos aprender a comunicarnos bien, con nuestro esposo, con nuestros hijos, con las amigas y compañeros de trabajo. ¿Lo has notado? Con cada uno de ellos utilizamos códigos diferentes. Y eso no quiere decir que seamos hipócritas: cuando mis hijos eran pequeños, yo sabía que a uno de ellos, si no le hablaba con firmeza, no me hacía caso. En cambio, al otro, si le hablaba un poquito duro, se soltaba llorando y había que terminar consolándolo. Repito: con cada persona con la que hablamos aprendemos a comunicarnos de una manera diferente, de la forma en que las cosas resulten mejores para ellos y para nosotros.

3. ¿El modo en que te comunicas te satisface? Por ejemplo, hay quien cree que su pareja debe saber leer los silencios, las miradas, las acciones y acaso están en lo correcto, pero cuando sobreviene cualquier problema, sea grave o poco complicado, se va a solucionar mucho mejor si entre ambos las cosas se dicen con claridad y en el tono adecuado. Steward y D’angelo sostuvieron: “La comunicación interpersonal es no solamente una de las dimensiones de la vida humana, sino la dimensión a través de la cual nos realizamos como seres humanos… La calidad de las mismas determina quiénes hemos llegado a ser como personas”.

4. ¿Tu pareja es un individuo o un objeto? Es decir, en buena medida el éxito de una persona en realidad se mide no por lo que llega a poseer, o a ser en el campo laboral o en sus aficiones y pasatiempos, sino debido a qué tan bien llega a comunicarse con sus semejantes: si una persona trata a sus semejantes como objetos, no como individuos, se condena a sí misma a un aislamiento que acabará con la calidad de su vida y, por consiguiente, con su calidad como persona.

5. ¿Te expresas, escuchas o quieres ser obedecida? Esto nos lleva a reflexionar sobre el proceso de comunicación. Hay muchas maneras de estudiar cómo se lleva a efecto ese proceso. Hay quienes lo ven desde la perspectiva del emisor: cómo expresar mejor lo que se tiene en la mente y el corazón; otros prefieren verlo desde la perspectiva del mensaje: cómo hacer para que el estilo, la presentación sea estética y adecuada. Pero la mayor parte de los que se dedican a la comunicación hoy se enfocan en el receptor: cómo hablar para influir en quien nos escucha, para hacer que el otro haga lo que yo quiero; cómo manipular, controlar, hacer que el otro obedezca. Pero la verdad es que quien se comunica de forma eficaz no busca tanto hacer que su voz se escuche, sino casi siempre tiene que empezar por aprender a escuchar y a entender. La comunicación en pareja mejora cuando aprendemos tanto a expresar lo que sentimos como a entender lo que nuestra pareja nos está queriendo decir, ya sea con acciones, palabras, miradas, detalles.

6. ¿Codificas y decodificas de manera adecuada? La codificación es un proceso mental en el que traducimos lo que queremos decir a signos capaces de ser reconocidos por el receptor. Es decir, queremos decir algo, y buscamos una manera de decirlo con palabras, gestos o hechos. Ese “buscar una manera de decirlo” es codificar. Decodificar es otro proceso mental, en el cual nuestra pareja debe entender exactamente qué le quisimos decir. ¿Fácil? Para muchos, no. Yo creo que a todos nos ha pasado que a veces queremos decir algo, y es entendido de una manera exactamente opuesta a lo que quisimos decir. O, lo contrario, le sonreímos y saludamos a alguien por cortesía, y luego ya no hallamos la manera de quitárnoslo de encima.

En cada intento de comunicación siempre una es la cosa que queremos decir y otra lo que en realidad decimos, y una tercera, lo que se entiende de nuestras intenciones. Cada acción, cada palabra lleva tomada de la mano una serie de ideas y de sentimientos, y eso hace que a veces la comunicación pueda ser complicada. Sí, todos nos comunicamos, pero no todos lo hacemos bien. Lo bueno es que todos podemos aprender a expresarnos mejor. Espero que al leer estas palabras puedas tomar conciencia de la importancia de aprender a comunicarte de manera adecuada. En cuanto al cómo mejorar la comunicación en la pareja, bueno, de eso hablaremos en un artículo siguiente.

viernes, 13 de septiembre de 2013

EL VERDADERO AMOR NO ACABA



El verdadero amor no acaba…los matrimonios no fracasan…a veces tiramos la toalla cuando apenas empieza el reto de aprender realmente a amar…

Hay matrimonios que se separan porque sufren un quebrantamiento, a veces problemas personales llevados a la vida en común, a veces problemas en la forma de relacionarse, generalmente por la falta de claridad sobre los fines del matrimonio.

El tiempo de separación puede ser más o menos largo, de acuerdo a la comprensión de los problemas que los llevaron a buscar caminos separados y al empeño por encontrar soluciones. Desafortunadamente, algunos no buscan soluciones, perjudicando a los miembros de la familia y poniendo en peligro su alma.

Cuando hay dificultades en un matrimonio es necesario que las personas que lo conforman busquen ayuda, alguien que les guíe y les convenza, que la tarea de la vida es aprender a amar y que amar es abrirle a Dios el corazón y actuar de acuerdo a sus enseñanzas. Si lo hacen, van a lograr no solo que el matrimonio se solidifique en el amor, sino que podrán ser verdaderamente felices, con el gozo que sólo el amor de Dios puede dar y que ellos como cónyuges podrán testificar.

“En cuanto a los casados, les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido, 11. Mas en el caso de separarse, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su marido, y que el marido no despida a su mujer”. (1 Cor. 7, 10-11)

El amor conyugal debe vivir un proceso con un comienzo, desarrollo, madurez y perfección, etapas que deben recorrerse siempre con Dios como centro de ese amor. El amor conyugal es capaz de abrirse a a ese gran misterio con el cual Dios lo creó y así juntos empezar a amarse, crecer, profundizar ese amor, y poder lograr una entrega más madura viviendo así uno para el otro entregándose sin condición, sin límites desinteresadamente, sin egoísmos.

El amor se aprende poniendo nuestros ojos en quien sabe amar: “nadie ama más que quien da la vida por sus amigos”. Dios mismo nos dio la más grande prueba de amor. Quien comprende el amor de Dios y la indisolubilidad del Sacramento del Matrimonio, aunque esté separado, crece en el amor por su cónyuge. Comprende su papel de intercesor ante Dios por el cónyuge ausente. Sabe que cada oración, cada sacrificio, opera positivamente porque tiene certeza en las promesas de Dios.

“Todos nuestros sacrificios son como un río subterráneo: no lo vemos porque corre por debajo de la tierra, pero por arriba los árboles crecen y dan frutos. La indisolubilidad es como el canal unido al corazón de Cristo Esposo con los dos cónyuges y es nuestro deber rezar para que Dios haga fluir su gracia hacia el otro, lejos física y afectivamente, pero aún unido en el espíritu de Dios mismo.”(Ma.Pia Campanella)

Muchas veces, aquellos que se han separado, creen que ya no hay solución y buscan un amor mundano, vacío, distraído en una tercera persona, con la que encuentra alguna afinidad, pero al final no llena, porque solo el amor que Dios ha bendecido es capaz de abarcarlo todo, porque da unidad, integridad y fortalece el alma.

Para entrar en el amor eterno, el amor fiel e indisoluble, los cónyuges deberán abrirse a la gracia divina dejando a Dios renovar esa entrega, para que ese amor permanezca por siempre y se fortalezca cada día más.

Autor: Luce Bustillo-Schott 
http://encuentra.com/

miércoles, 11 de septiembre de 2013

EL BUEN TRATO



¿Qué entendemos por buen trato?


    Capacidad de las personas para cuidarse entre ellas y hacer frente a las necesidades personales propias y del otro, manteniendo siempre una relación afectiva y de amor. 
    Es el conjunto de sentimientos, comportamientos y representaciones que constituyen la realidad del amor lo que permite la existencia del fenómeno del buen trato y, también, de la capacidad para dar y recibir cuidados. 
    Una modalidad de convivencia cotidiana que genera una transformación cultural a partir de la construcción colectiva de vínculos sanos. 
    El buen trato se da gracias a los vínculos que establecemos con nuestros seres queridos. Es decir, es un tipo de relación, que debe fundarse en un compromiso afectivo, entendido como un esfuerzo social y colectivo que busca el reconocimiento, la participación y la cooperación de todos. 
    En este sentido, el buen trato hacia la niñez surge de la necesidad de contar con nuevas opciones y formas de actuar, sentir, valorar y pensar que permitan la promoción de actitudes positivas que ayuden a mejorar el componente familiar y social, del cual forman parte integral.
DECÁLOGO DEL BUEN TRATO

    Aceptar incondicionalmente a nuestros hijos e hijas.

Debemos aceptarlos con sus virtudes y sus defectos porque no hay niños mejores que otros, sino diferentes entre sí. La incondicionalidad significa no poner condiciones, aceptar a nuestros hijos e hijas como son, demostrándoles diariamente que, a pesar de todo, les queremos y estamos orgullosos de ser sus padres, y que, incluso en aquellas situaciones en las que no aprobamos su conducta, estamos a su lado enseñándoles y apoyándoles.
    Proporcionarles amor y afecto.

“Te quiero tal como eres” es el mensaje que debemos transmitir a nuestros hijos e hijas. Es muy importante que nuestras relaciones con ellos estén impregnadas de ternura, miradas, besos, abrazos, caricias, palabras cariñosas, etc.
Es importante recordar también que, independientemente de la situación de pareja en la que nos encontremos, nuestros hijos e hijas nos necesitan física y emocionalmente. Según la Declaración de los Derechos del Niño, nuestro hijo “tiene derecho a mantener contacto con sus padres, aunque estos estén separados o divorciados”.
Nuestros hijos deben seguir contando con ambos, con su padre y con su madre, por eso debemos seguir diciendo “nosotros” en las cuestiones relativas a nuestros hijos, asegurándoles que pueden seguir contando con el apoyo y comprensión de los dos.
    Establecer límites razonables.

Aceptamos y queremos a nuestros hijos incondicionalmente, pero estableciendo con ellos unos límites coherentes y consistentes para que sepan qué pueden hacer o no hacer. A la hora de fijar los límites debemos ser razonables: no podemos prohibir ni autorizar todo. Tenemos que analizar si hay razones de peso para mantener o no ciertas normas. Las normas y límites deben revisarse a medida que nuestros hijos van madurando, adquiriendo nuevas habilidades y autonomía personal. Hemos de recordar que mantener las normas no ha de estar reñido con el cariño y el afecto.
    Respetar su derecho al juego y a tener relaciones de amistad con sus compañeros.

Los niños deben poder jugar sin estar sometidos continuamente al control de los adultos. La libertad es una parte esencial del juego. La infancia, sobre todo, en las ciudades, sufre soledad en sus vidas y en sus juegos. Nuestra tendencia para paliarlo es comprarles muchos juguetes, aunque luego comprobamos que apenas les hacen caso. Lo que un niño necesita para jugar es un amigo o compañero de juego. La relación con los iguales es un factor fundamental para aprender a comunicarse. Debemos planificar nuestro tiempo para fomentar en nuestros hijos las relaciones sociales y afectivas con sus iguales.

    Respetar y fomentar su autonomía.
La tendencia natural de los niños es querer hacer las cosas por sí mismos. Esta disposición es muy positiva y necesaria para aprender y mejorar día a día. No debemos correr el riesgo de sobreprotegerlos pensando que les ayudamos. Protegiéndoles les ayudamos a protegerse a sí mismos, pero sobreprotegiéndoles solo les enseñamos a depender de nosotros.
    Protegerle de los riesgos reales o imaginarios.

Sabemos que los peligros existen y que no siempre vamos a poder evitarlos, aunque hagamos todo lo posible. Lo importante es enseñarles a reconocer los riesgos y evitar los posibles peligros. Es imprescindible que mantengamos una buena comunicación que les permita acudir a nosotros cuando se enfrentan a un problema que no saben solucionar.

Los niños también tienen miedos imaginarios. Lo más importante es escucharles, comprenderles y tranquilizarles; debemos evitar verbalizaciones y conductas violentas que fomenten miedo.
    Aceptar su sexualidad y ofrecer una imagen positiva de la misma.


 Los niños expresan su sexualidad a través del conocimiento de su cuerpo y del de los demás. La curiosidad por todo lo referido al sexo (diferencias biológicas entre niños y niñas, conductas sexuales, etc.) les lleva a preguntar y a jugar imitando muchas de las conductas que observan a diario. Debemos hacerles sentir que su cuerpo es bonito, que ninguna zona es fea, sucia o mala, para no hacerles vivir con culpabilidad las sensaciones que experimentan.
Los padres y madres, como principales educadores de sus hijos, tienen una gran responsabilidad en la educación sexual de sus hijos; su presencia activa, afectuosa y de respeto hacia los dos sexos es fundamental para su equilibrio y completo desarrollo.
    Comunicación y empatía.


Para tener una buena relación es imprescindible una buena comunicación.  Nuestros hijos deben sentirse escuchados y aceptados cuando hablan con nosotros. Escuchar a nuestros hijos es mirarles a los ojos y, sobre todo, no tener prisa. A los niños hay que darles tiempo, hay que estar con ellos.
Nuestra forma de vida exige demasiada rapidez, demasiada prisa. Las personas adultas lo sufrimos con manifestaciones de estrés y ansiedad, pero un niño no puede ni debe tener este ritmo frenético.
    Participación.

A veces no tenemos en cuenta las propuestas de nuestros hijos por el simple hecho de que no son adultos, pero si nos detenemos a escucharlos nos daríamos cuenta de que sus ideas no son tan “infantiles”.  Nuestro compromiso como padres y madres es educar a personas con capacidad de reflexión y de participación.
    Dedicarles tiempo y atención.


El ritmo de la vida actual provoca que dispongamos de poco tiempo para dedicarnos a nuestros niños. Sin embargo, los niños necesitan tiempo compartido. Tiempo de afecto, de comprensión, de establecimiento de límites, en fin, tiempo para todo lo que se ha comentado en los puntos anteriores.
Muy relacionado con el tiempo que dedicamos a nuestros hijos está la sociedad de consumo. Vivimos en una sociedad consumista en la que se tiende a medir a las personas por lo que tienen en lugar de por lo que son. Este es uno de los retos a los que nos enfrentamos tanto como personas como en la educación: hacerles comprender que lo valioso está en las personas y no en los objetos.
Ana Fernández Barreras y Eva Gómez Pérez    

Tomado de: Guía práctica del buen trato al niño.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Familia y discriminaciones


Es fácil aceptar que todos los seres humanos tenemos la misma dignidad. En cambio, no es tan fácil tratar a los demás con el respeto que merecen, ni tampoco evitar discriminaciones injustas hacia quienes son distintos.

        La familia está llamada a ser la primera educadora en el respeto a todos. Especialmente respecto hacia quienes pertenecen a otras razas, religiones, culturas, clases sociales, etc.

        El niño aprende, desde su hogar, que existen personas diversas. Las distinciones más originales, las que el niño percibe desde sus primeras experiencias en el hogar, son las que se dan entre el padre y la madre, entre los padres y los otros hijos, entre los familiares más cercanos y los más lejanos, entre los familiares y los que, sin ser familia, entran en contacto frecuente con los hijos.

        En este nivel de relaciones, el niño necesita adquirir actitudes de respeto hacia los cercanos. Los padres hacen una labor enorme si se tratan entre sí con mucho cariño y sin alusiones despectivas. Igualmente, los padres ayudan al hijo a apreciar a los otros familiares y conocidos: los más jóvenes y los más ancianos, los sanos y los enfermos, los que “triunfan” en la vida y los que viven sumergidos en serios problemas humanos.

        En un segundo nivel, la familia enseña cómo relacionarse con “los otros”, los “extraños”. Esta palabra abarca una amplia gama de posibilidades. Los “otros” pueden ser del mismo edificio o de otros lugares; de la misma raza o de raza distinta; de la misma religión o de otras religiones; de la misma posición social o de niveles diferentes; de la misma nación o de países cercanos o lejanos; de mayor o menor edad, con salud o sin ella, etcétera.

        Cada uno de “los otros” merece respeto simplemente en cuanto ser humano. Desde luego, algunos de ellos pueden llegar a tener comportamientos reprobables, y resulta oportuno enseñar a los hijos que ciertas cosas que ven no son correctas. Pero ello no quita el ver maneras para que los hijos reconozcan que, en la gran diversidad humana, es necesario tener siempre una actitud de acogida benévola hacia el otro.

        Pensemos, por ejemplo, en la distinción entre hombres y mujeres. Hay niños varones que, desgraciadamente, se acostumbran a criticar a las mujeres, incluso a despreciarlas o a tratarlas como seres menos capaces, condenados de por vida a someterse a los hombres. Puede ocurrir algo parecido en las niñas, que piensan que casi todos los hombres son seres informales, violentos, dejados, agresivos, borrachos.

        Los padres necesitan estar muy atentos a evitar este tipo de discriminaciones. El trato que reine entre ellos, lo que diga él sobre la madre y sobre las mujeres, lo que diga ella sobre el padre y sobre los hombres, puede dejar una huella profunda en los hijos. Si los padres saben apreciar al sexo diferente, si van más allá de un mal uso de las etiquetas “hombre/mujer” para ir a los corazones, si ayudan a los hijos a corregir cualquier comentario “machista” o “feminista” impropio con explicaciones asequibles a cada edad, será mucho más fácil que los pequeños y adolescentes tomen actitudes correctas ante la riqueza dual de la sexualidad humana.

        Otra distinción se refiere a las diversidades raciales y sociales. Hay lugares en los que las dos cosas parecen coincidir: los que pertenecen a una determinada raza suelen ser de condición social más elevada o más empobrecida, aunque no siempre es así.

        Los padres están llamados a ayudar a los hijos a no despreciar a nadie por ser de raza o posición social distinta de la propia. La bondad o maldad de los corazones no depende ni del color de la piel ni de la cantidad de dinero almacenado en el banco. Por eso, a la hora de mirar por la calle o en la televisión al “diverso”, los padres pueden ofrecer juicios sobre cómo mirar y respetar a todos, en sus personas y en sus actuaciones, con la idea clara de que el nivel social no determina ningún acto bueno o malo. Los comportamientos nacen de los corazones, y los corazones no son ni blancos ni negros, ni capitalistas ni proletarios.

        Un ámbito importante a tener en cuenta es el de la existencia de distintos niveles intelectuales y de discapacidades físicas. Es triste encontrar a niños y adolescentes que desprecian a compañeros o a adultos porque les falta una mano, o porque padecen del enfermedades congénitas, o porque tienen el rostro quemado. Como también es triste que desprecien al compañero que tartamudea en clase, o que siempre suspende en inglés, o que es malo en los deportes. También hay lugares en los que el despreciado es el “intelectual”, el más listo, que recibe continuas humillaciones de sus compañeros de aula.

        La familia necesita convertirse en un auténtico “hospital” para curar este tipo de discriminaciones tan presentes en nuestras escuelas. Los padres pueden pedir a sus hijos que inviten a compañeros a clase, observar prudentemente cómo los tratan, y ver si hace falta, en un momento de calma, dar una palabra de corrección ante actitudes intolerantes, o alentar a mantener el buen espíritu si éste ya existe entre los hijos. Igualmente, a través del diálogo con los profesores, pueden conocer mejor cómo se comportan sus hijos en el grupo y si hace falta insistir más en una profunda educación en el respeto hacia todos.

        Algo muy útil, realizado con mucha delicadeza por no pocas familias, es visitar en los hospitales a personas enfermas, o a lugares de atención a ancianos necesitados de un rato de cariño. De este modo, los hijos aprenden a descubrir cuántas riquezas humanas se esconden bajo apariencias sencillas, rostros arrugados o cuerpos reducidos poco a poco por enfermedades paralizantes.


        Cada familia puede ayudar mucho a crear sociedades más justas y más respetuosas. Ayudar a descubrir que cada ser humano, desde su concepción hasta su muerte, es siempre digno de respeto, será siempre la mejor enseñanza que un hogar ofrezca a los niños de hoy. Gracias a ellos, podremos preparar nuevas generaciones que construyan un mañana con menos discriminaciones y con mucho más amor.

Fernando Pascual, L.C
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