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"El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen." Santa Teresa de Ávila
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sábado, 11 de noviembre de 2017

Cuando los hijos se van… ¿y ahora qué?

La partida de los hijos no debe visualizarse como un evento negativo o una sensación de frustración. El tiempo ahora es para el disfrute en pareja de actividades aplazadas o relegadas, frente a tareas más importantes.

Esa expresión popular, ‘nido vacío’, se relaciona con el ciclo reproductor de las aves, justamente cuando los polluelos, una vez emplumados y completamente desarrollados, abandonan la seguridad y el cobijo del entorno paterno para volar libremente, dando inicio a un nuevo ciclo vital. Esto, que en las aves ocurre sin trauma ninguno para los progenitores, en los humanos casi siempre es un evento doloroso, conflictivo y aún dramático.

¿Por qué algo natural y previsible como es la emancipación de los hijos, ha llegado a ser fenómeno traumático para los padres, que en lugar de sentir la satisfacción de una labor cumplida a cabalidad, se sienten solos, vacíos y desprogramados, como si su proyecto vital hubiera llegado a su fin y a partir de entonces su existencia no tuviera cabida sino para la nostalgia, la rememoración agridulce de tiempos mejores que han quedado atrás y la espera paciente de una corta visita, una llamada telefónica o una alegre celebración que pasa fugaz y deja un regusto amargo, mezcla de añoranza y abandono?

La denominación de ‘nido vacío’ es un fenómeno reciente que describe esa realidad de padres solos, con frecuencia aún jóvenes, que ven marchar a sus hijos del hogar y se encuentran el uno frente al otro como seres descartados por la vida.

La familia nuclear, constituida por padre, madre y uno, dos o cuanto más tres hijos, hizo su aparición en los últimos años sesenta del siglo XX y dio lugar a un ciclo familiar corto, en el que padres de 45 o 50 años terminan la crianza de su(s) hijo(s) y ven marchar la prole cuando están aún en lo que podríamos denominar el tercio medio de su proyecto familiar.

En contraposición, la familia anterior a ‘la píldora’ procreaba usualmente entre 5 y 8 hijos y por lo tanto invertía en el periodo de crianza mucho más tiempo; esto sin contar que la emancipación de los hijos era algo progresivo y tardaba años desde la marcha del primero. Adicionalmente en una constelación numerosa de hermanos no era extraño que alguno(a) de ellos permaneciera soltero(a) y continuara indefinidamente en la casa paterna. Total, no habían terminado de marcharse todos cuando los nietos empezaban a desfilar por la casa de los abuelos y entonces, ‘nido vacío’ propiamente no había.

Nido vacío: ¿un problema o una oportunidad?

La respuesta a esta inquietud no es simple. Cada familia lo percibe diferente y cuando unos ven el arribo de un periodo de madurez y plenitud, otros sienten que es hora de ‘recomenzar’ porque lo construido hasta hoy se ha venido abajo. Y no faltan los que destruyen el nido y con él la relación matrimonial, bajo el supuesto de que con la marcha de los hijos la responsabilidad ha terminado y han quedado libres de unas ataduras toleradas solo por no dar escándalo a hijos aún inmaduros.

Un punto de vista positivo: el matrimonio es una realidad dinámica como pocas. De una primera época de ajustes, que va construyendo un estilo familiar y una relación de pareja cada vez más madura y estable, se pasa a un periodo de crianza sugestivo y ‘engolosinante’, que transforma el nido de amor en un entorno educativo, con tiempos muy bien determinados aunque translapables, según las edades de los hijos: primera infancia, escolaridad, pubertad, adolescencia y adulto joven.

Durante este lapso, que va de la boda hasta la misión de ser padres y sigue con la llegada a la edad adulta del primer hijo, no solo maduran los críos sino también los padres, en aspectos como la relación esponsal, la relación parental, el crecimiento físico, psíquico, espiritual, profesional, etc.; de tal manera, que una vez terminada la crianza, los esposos son mejores personas, mejores profesionales, mejores amigos… mejores hijos de Dios.

Si lo anterior es cierto, se aprecia el inicio de una nueva etapa en el dinamismo familiar, en la que se cosechan frutos y se gana tiempo para el disfrute en pareja de muchas actividades que debieron ser aplazadas o relegadas, frente a tareas más importantes y en ocasiones urgentes del periodo anterior.

Un punto de vista negativo: desde esta óptica, la familia nuclear de uno o dos hijos, no solo cambió la dinámica hogareña, sino que, en muchos casos, alteró el orden de los amores. Poco a poco, el amor de los esposos entre sí, realidad fundante y soporte básico del entorno familiar, fue cediendo terreno frente al amor filial, que con el correr del tiempo se ha ido convirtiendo en el único aunque frágil pegamento de la unión familiar.


Aquí, tanto la madre como el padre, pero sobre todo la primera, ven en el hijo la máxima aspiración de su proyecto matrimonial y su amor hacia este como el más perfecto y ‘desinteresado’ amor humano y esto con un claro detrimento de la relación de pareja y de la figura del esposo-padre, quien no logra, aunque se lo proponga, romper la diana madre-hijo; quedando relegado a un papel secundario de proveedor o cuasi-madre que cambia también pañales, prepara teteros y compite con la esposa por los afectos de un hijo que funge de rey del hogar y vino para ser servido, porque, como afirman cada vez más los jóvenes tiranos, como razón de fondo para sus crecientes demandas: “Yo no pedí que me trajeran a este mundo”.

Es principalmente en este tipo de familias, donde la emancipación de los hijos se visualiza negativamente, porque el accionar de los padres, una vez se marchan los hijos, pierde vigencia, dejando un vacío de validez y motivación en la pareja de esposos, que para entonces son solo socios de una empresa caduca que los distrajo de ese otro fin matrimonial, para entonces olvidado o por lo menos imperfectamente asumido, cual es la ayuda y el perfeccionamiento mutuo.


Así pues, un ‘nido vacío’, no es la etapa final en el ciclo natural de la familia. Muy al contrario, es el inicio de una nueva etapa en la que un amor maduro y aquilatado por un previo trasegar, pletórico de realidades complejas abre paso a una convivencia conyugal serena, esperanzada y enriquecida por el agradecimiento de unos hijos que se seguirán nutriendo indefinidamente del amor de sus padres.


Artículo editado para LaFamilia.info. Tomado de Apuntes de Familia, edición 26-12/14. Instituto de La Familia, Universidad de La Sabana. Autor: Álvaro Sierra Londoño, profesor investigador Instituto de La Familia

jueves, 9 de noviembre de 2017

5 Claves para manejar los conflictos de pareja


Por lo general, las discusiones matrimoniales se forman a partir de pequeñeces que los mismos cónyuges se encargan de agrandarlas hasta convertirlas en verdaderos focos de disputa. Bastaría con saber un poco más de las estrategias utilizadas en negociación y manejo de conflictos, para ahorrarse muchos de los líos que se dan en la pareja. A continuación algunas de ellas.


1. En vez de pelear, negociar con el esquema "yo gano, tu ganas"

Lo ideal en el matrimonio es que la balanza siempre esté equilibrada en todos los aspectos, pues cuando se inclina hacia un lado, es donde surgen los problemas. Cuando una de las partes se siente perdiendo en la relación, se están creando barreras para el buen funcionamiento conyugal. Por eso, cada uno debe procurar que las dos partes ganen.

Llegar a acuerdos hará que la convivencia sea armoniosa y se eviten malos ratos. Pero para poder hacer negociaciones, alguno de los dos debe ceder, por tanto, el orgullo, la soberbia y el egoísmo deben pasar a un segundo plano.

2. Entender la naturaleza masculina y femenina

Pensamos distinto, actuamos distinto y somos distintos. Son dos mundos que deben vivir en uno solo. Por eso es determinante conocer la esencia del otro, pues esto ayuda a comprender mejor a la pareja y a actuar de forma efectiva. Entender al esposo/a desde su óptica de hombre o de mujer, es una de las herramientas más efectivas para ganar armonía en el matrimonio. (Ver: Un error común en el matrimonio: esperar que ellas reaccionen como ellos y viceversa).

3. No cerrarse en culpas sino en soluciones

Detenerse en la culpa es estancar la comunicación, empeorarla y conducirla a escenarios áridos donde es difícil construir algo bueno. Las miradas deben estar puestas en las soluciones; éstas sí permiten avanzar, construir, aprender y mejorar.

4. Formatear el disco duro

Para poder llegar a las soluciones, lo más sabio es dejar la mente en blanco: despojarse de las suposiciones, hechos, juicios, todo lo que entorpezca la comunicación; puesto que impiden la escucha y la comprensión del punto de vista del otro.

5. Reconocer las fallas 

El orgullo y la soberbia pueden echar todo a perder. Cuando en realidad se ha fallado en algo, el debe ser es reconocerlo. Además los beneficios son inmediatos, el hecho de que el cónyuge admita su error, hace que el otro cambie de actitud.


Reglas para los conflictos conyugales:

- Bajo ninguna circunstancia faltarse al respeto.

- No discutir en público, y menos frente los hijos.

- Elegir el momento adecuado para expresar los desacuerdos; discutir “en frío”.

- No sacar temas del pasado que no tienen relación.

- Evitar mencionar la palabra “divorcio” ante cualquier dificultad.

- Darse un receso si el conflicto ha llegado a un punto peligroso y retomarlo en otro momento.



La vida en pareja debe ser enriquecedora, feliz, armoniosa, satisfactoria; y lograrlo está en manos de los cónyuges. Buscar peleas donde no las hay, es una forma de amedrentarse la convivencia, cuando en realidad la vida es para disfrutarla de la mano del otro.


miércoles, 8 de noviembre de 2017

¿Qué hay detrás del desorden?



Algunos son ordenados por naturaleza, mientras que para otros ésa es su batalla diaria. Detrás del desorden se esconden algunas causas, lo interesante es que cuando las personas identifican el “porqué” de su comportamiento, les resulta más fácil corregir esta debilidad.

Los especialistas afirman que generalmente, hay otras situaciones que pueden disfrazar la incapacidad para conservar el orden, como las que se describen a continuación.

Inseguridad

En algunos casos puede haber dependencia o apego a las cosas materiales, pues de cierta forma, las pertenencias pueden proporcionar seguridad. Por lo tanto, deshacerse de ellas, genera temor y ansiedad. Surge entonces la acumulación y así el desorden. Una situación de esta índole, puede llegar a convertirse en un tropiezo en la vida de la persona y en su convivencia con los demás.

Demasiada perfección

El deseo de hacer todo perfecto, se convierte en el principal obstáculo a la hora de ordenar, pues nunca quedará tan bien como se desea, eligiendo así posponer la tarea de ordenar antes de hacerla “medio bien”.

Dejarlo todo para después: procrastinar 

“Otro día lo hago”, “hoy no puedo”… Procrastinar es sinónimo de diferir, posponer o aplazar. Dejar todo para después, es una de las causas más comunes del desorden, y por lo general ocurre a causa de la pereza, negligencia, o dificultad para manejar el tiempo y establecer prioridades. El problema radica en que se convierte en costumbre el no hacer a tiempo los pendientes, afectando así la efectividad y el buen desempeño.

Precaución: “guardar para después”

Este tipo de personas les gusta guardar pues consideran que en algún momento las cosas les serán de utilidad. Por consiguiente no desechan, ni regalan nada, formando así pilas de papeles, de ropa o de cosas, la mayoría inservibles.

“Sentimental”

Este tipo de personas guarda porque cada pieza tiene un significado especial y por eso evita desechar. Guarda cierta relación con la inseguridad y el apego, pero esta vez hay un sentimiento de afecto o recuerdo, que la persona no quiere dejar atrás. También son personas que le temen al cambio y se les dificulta “pasar la página” de una relación o situación porque viven de los recuerdos.


Consejos para ser más organizados

Una vez se ha identificado la causa, lo ideal es ejercer un plan de acción para mejorar en este aspecto.

1. Priorizar. Para ser ordenados con el tiempo y las actividades, hay que tener claridad sobre su importancia, por eso anotarlas brinda esa claridad que evita empezar varias tareas sin culminar ninguna y brinda un punto de partida para saber por dónde comenzar.

2. Una sola cosa a la vez. Así se tendrá plena concentración en la tarea y se podrá concluir con éxito.

3. No dejar para mañana lo que se puede hacer hoy. No aplazar las cosas es el primer paso para ser ordenados.

4. Practicidad. Si el desorden se ha vuelto la “piedra en el zapato”, entonces hay que procurar por hacer todo más sencillo y práctico. Por lo general cuando las personas tienen varias opciones y sitios donde almacenar y depositar cosas, se vuelven más ordenados. La idea es facilitar la vida para que las cosas permanezcan en el lugar que deben.

5. Desechar. Es una regla para conservar el orden.

6. Ponerse metas para cumplirlas. Es mejor pocas metas pero alcanzables. Por ejemplo, proponerse arreglar una parte del closet un día y en otra ocasión el resto. Lo importante es comenzar.

7. La pereza es la madre de todos los vicios. Derribar la pereza es la mejor forma de fortalecer el carácter y progresar en la vida.

El orden requiere voluntad y esfuerzo, pero una vez se logra, nace el deseo de conservarlo y no volver atrás.


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