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"El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen." Santa Teresa de Ávila
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miércoles, 27 de abril de 2016

8 pasos para terminar con las palabrotas


Es fácil dar consejos del tipo "hablando se entiende la gente" pero cuando la grosería y las palabrotas se producen como una falta de respeto hacia los padres, puede resultar difícil manejar las emociones.
Aún así, lo más aconsejable es no devolver golpe por golpe, porque entonces estaríamos confirmando la validez de ese modo de comunicación. Pero esto no quiere decir que debamos permanecer impasibles.
1. Podemos decir algo como "Ya veo que estás muy enfadado, pero eso no te permite usar esas palabras. Vete a tu cuarto y, cuando estés dispuesto a ser más respetuoso, seguiremos hablando".
2. Después, es lícito decirle que su modo de expresarse nos ha dolido o contrariado, y que tales expresiones no son adecuadas, mucho menos en familia. Acto seguido lo mejor es enfocar el incidente constructivamente, como un problema que hay que tratar de solucionar. "Si me has dicho eso, supongo que es porque estás enfadado (o enfadada). Es normal que no siempre estés de acuerdo conmigo o que a veces te moleste obedecerme. Siempre podemos dialogar, pero es necesario hacerlo sin perderse el respeto. Piensa en otras maneras de decirme que no estás de acuerdo conmigo o que te sientes mal".
3. A continuación se puede discutir seriamente sobre los modos posibles de decir las cosas sin faltar al respeto. Hay que mostrar una actitud comprensiva y cooperadora, lo que no implica ser débil. El niño debe saber cuáles serán las consecuencias para él si no se expresa de una manera aceptable. Pero también hay que felicitarle en lo sucesivo cuando lo haga adecuadamente.
4. Por nuestra parte, tenemos que tratarle siempre de forma que sea un modelo de respeto para él, hablándole como deseamos que él nos hable a nosotros.
Predicar con el ejemplo
5. Los padres no estamos libres de perder el control alguna vez y tratar al niño con desconsideración, quizás incluso como respuesta a una desconsideración suya. Hay que disculparse y buscar soluciones: "Lo siento, cuando me faltas al respeto me pongo furioso y ya ves lo que pasa. Vamos a ver cómo evitamos que vuelva a suceder". Puede ser una buena oportunidad para tratar constructivamente el tema y dejar que el hijo opine al respecto.
6. El trato desconsiderado suele encubrir una falta de habilidad para comunicarse de un modo constructivo. Es buena ocasión para reflexionar si es conveniente dedicar más tiempo a nuestros hijos y hacer más cosas juntos. La cercanía afectiva suaviza tensiones y facilita el inculcar normas de conducta.
7. Incluso podemos reconocer que, cuando éramos niños, respondíamos algunas veces mal a nuestros padres y que a todo el mundo le puede pasar, pero que es necesario evitarlo. En los días sucesivos, conviene estar alerta y felicitarle por sus progresos.

8. Quizás sea oportuno también organizar una reunión familiar y establecer entre todos unas reglas de comunicación que incluyan el ser capaces de decir a los demás cómo nos sentimos sin insultarnos ni tratarnos de un modo hiriente o desconsiderado.


serPadres

domingo, 24 de abril de 2016

Juventud


La juventud no es una época de la vida; es un estado mental.
No consiste en tener mejillas sonrosadas, labios rojos y piernas ágiles.
Es cuestión de voluntad; implica una cualidad de la imaginación; un vigor de las emociones; es la frescura de las profundas fuentes de la vida.

Juventud es el dominio temperamental del arrojo sobre la pusilanimidad de los apetitos; del ímpetu aventurero sobre el apego a la comodidad.
Esta actitud a menudo se encuentra más en un hombre de 60 años que en un muchacho de 20. Nadie envejece meramente por el número de años que ha cumplido. Envejecemos cuando desertamos de nuestros ideales.

Los años pueden arrugar la piel; pero cuando se renuncia al entusiasmo le salen arrugas al alma. Las preocupaciones, el temor, la falta de confianza en uno mismo, encogen el corazón y aniquilan el espíritu.

Lo mismo a los 60 que a los 16, en todo corazón humano palpitan el ansia por lo maravilloso y el constante apetito
como de niño por lo que ha de venir y la alegría inherente al juego de la vida.
En el centro del corazón del tuyo y del mío existe una estación de radio.
Mientras reciba mensajes de belleza, esperanza, alegría, valor y fuerza, tanto de los hombres como del Infinito, seguirás siendo joven.

Cuando se abatan tus antenas, cuando las nieves del cinismo y el hielo del pesimismo cubran tu espíritu, entonces sí habrás envejecido, aunque sólo tengas 20 años. Pero mientras tus antenas sigan en alto, dispuestas a captar las ondas del optimismo, hay esperanzas de que mueras joven, aun cuando seas un octogenario.


Samuel Ullman

                                

viernes, 1 de abril de 2016

Cuando engañas, ¿a quién engañas?

  • El infiel cree que tiene el poder, que es quien maneja la situación. Sin embargo no deja de buscar excusas para lidiar con la realidad.
    El infiel cree que tiene el poder, que él es quien maneja la situación. Sin embargo no deja de buscar excusas para lidiar con la realidad. Que si es porque no pudo decir que no, que si su pareja no le presta la debida atención, que la relación no atraviesa un buen momento: cualquier cosa que le ayude a apaciguar su espíritu.
    Lo que me lleva a preguntarme: cuando engañas, ¿a quién engañas? La infidelidad daña a quien la sufre, pero por sobre todo deja claro una cosa sobre quien la comete, que es una persona dañada. ¿Alguna vez te has puesto a pensar en lo que el adulterio dice acerca del adúltero?:
  • Las infidelidades han existido desde siempre. El noveno mandamiento, en Éxodo 20:17 lo dice claramente: "No desearás a la mujer de tu prójimo", poniendo de manifiesto no sólo la realidad de su existencia, sino la necesidad de contenerla. El problema es que los seres humanos no nos caracterizamos precisamente por nuestro buen juicio.
  • 1. Te cuesta asumir que mereces ser feliz

    Quizá pienses que no sé de lo que hablo, pero dime tú: si la infidelidad te puede llevar a perder a tu familia, entonces ¿cómo llamarías al hecho de que tú mismo estés saboteando lo más valioso para ti?
  • 2. No sabes lo que quieres

    A qué otra conclusión llegar, si pese a que te comprometiste en una relación, no dejas de buscar a otras personas, sino a la respuesta lógica de qué no tienes idea de qué es lo que quieres.
  • 3. Eres egoísta

    Si lo haces porque tu relación ya no tiene la emoción de cuando iniciaron y ese es tu argumento, déjame decirte que todos en algún punto pensamos lo mismo. Optar por el engaño sólo habla de una cosa: ¡Egoísmo!
  • 4. Padeces de cobardía

    Si no estás a gusto con lo que tienes, pero no te atreves a alejarte, es simple, se llama cobardía. Una persona valiente reconoce sus sentimientos y asume las consecuencias.
  • 5. No sabes manejar tus emociones

    Por supuesto que todos vemos personas más atractivas o más jóvenes que nuestras parejas en la calle, pero no andamos iniciando una relación con todo mundo. El hecho de que tú no lo hagas sólo habla de que no tienes la madurez para manejar tus instintos.
    Muchos ven en la infidelidad una cuestión de crianza, y sobre todo los hombres la asocian a la masculinidad, así un hombre infiel se ve a sí mismo como viril, irresistible seductor, pero la realidad es otra. Un hombre o una mujer infiel es una persona que no valora lo que tiene, que no respeta la palabra empeñada, y que no tiene reparo en arriesgar el amor de su pareja, ni la unión de su familia.
    No se trata de ungirnos como estandartes de la moralidad: cada quién es dueño de su vida. Lo que no se vale es hacerlo a expensas de la vida de otros, pedir para uno el respeto que no somos capaces de dar, y basar las relaciones en la mentira, la alevosía y la ventaja de una doble vida, pero sobre todo de una doble moral. Entonces, ahora sí dime: ¿a quién engañas cuando engañas?

Yordanka Pérez Giraldo, Cubana de nacimiento, mexicana por elección.
Sitio Web: @YordankaGiraldo


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