Siempre las mismas palabras, siempre las
mismas cartas cliché, siempre decimos lo mismo de ti, mamá.
Pero estoy segura de que hay algo que no hemos dicho, porque en ti hay grandeza, una
grandeza que no se agota en uno o en mil días de la madre.
Hoy eres la misma que ayer, eres la misma que hace dos o 10 siglos; porque cuando miras en
tu interior y te das cuenta de que llevas una nueva vida, es entonces cuando tú, mujer
querida, te transformas en la nueva arca de la alianza.
Te conviertes en alumna, porque con nuestras preguntas, somos nosotros, tus hijos, quienes
te enseñamos lo más sencillo y lo más profundo, aquello que habías olvidado por su
pequeñez, pero que constituye la grandeza de la vida.
Te conviertes también, madre querida, en profeta y en vidente. ¡Qué no darías tú por
evitarnos descalabros! Y así, te esfuerzas en adivinar el futuro: Te vas a caer y
te vas a pegar con esa mesa, para un segundo después abrazarnos y decir dulcemente,
sin reproche: ¡te lo dije!, ¡ya lo sabía yo!, mientras enjugas nuestras
lágrimas.
Te transformas mágicamente en doctora, enfermera y paciente, todo a la vez. Curas
corazones rotos, limpias rodillas heridas y tienes una paciencia, mamita linda, que
ni Santa Teresa hubiera soñado un segundo antes de decir aquello de la paciencia
todo lo alcanza.
Con sólo quererlo, puedes ser payaso, cantante, y literata. Si el niño llora, ¡hay que
hacerlo reír a como dé lugar! Te paras de manos, le haces caras, pones los ojos bizcos,
haces trompetillas, y cuando el pequeño esboza una sonrisa, te sientes la mujer más
dichosa, porque te sonrió a ti, porque esa sonrisa vale más que un diamante.
Aunque tengas la peor voz del mundo, mamita querida, entonas toda suerte de melodías para
tranquilizarme y divertirme. Has practicado tanto que de seguro ganarías en American
Idol o tal vez no, pero ganas la batalla del llanto y de la impaciencia, de vez en
vez.
También eres literata. Mamita, cuéntame un cuento, y por ¡sólo Dios sabe
cuantas veces más!, alimentas el alma y la imaginación de tu pequeño con esos cuentos
que sólo tú sabes contar, porque nadie más que tú los conoce, pero que son tan ricos
en enseñanzas y en virtudes.
Te conviertes en abogada, diplomática y sindicalista. Intercedes por el pequeño travieso
para que papá no se vaya a enojar mucho por la más reciente diablura; eres
tú la que negocia entre los hermanitos en pleito, con sabiduría y justicia
salomónicas y también sabes entrar en huelga cuando los chiquillos no recogen sus
juguetes: frunces el ceño y no te mueves hasta que todo está guardado y en su lugar.
Tienes un raro don para transformarte en ingeniero y arquitecto. ¡Cuántas veces terminas
montando tú los juguetes que los abuelos le regalaron a tus hijos! ¡Cuántas veces llega
llorando el pequeño para acusar a su hermano: mamá, mamá, mi hermano destruyó mi
puente, y tú corres a remodelar la destruida vialidad!
Eres una chef de lo mejor. Esas zucaritas con leche que todas las mañanas tienes
preparadas, son una delicia gastronómica; y ni hablar del lunch para la escuela: ¡es tan
rico que todos los niños quieren probarlo! ¿Me das?.
Eres una excelente astronauta. Cuando te acercas a ver dormir a tu pequeño, te sientes
como en la luna, tanta ternura te causa pero sobre todo, ¡cuánta satisfacción!:
mi hijo hermoso, ¡mío!... ¡y por fin un momento de silencio!.
Mamita, eres la mejor publicista y mercadóloga que he conocido en toda mi vida. Eres
experta en lograr que nos decidamos por el juguete más barato, a pesar de que nosotros,
tus hijos, queramos uno más sofisticado. Nos vendes la idea de una manera magistral, y
terminamos pidiendo siempre lo que tú nos sugieres.
Mira hijito, ese juguete se te va a romper rapidísimo. Es chafa y está muy feo,
¡qué horror! En cambio mira este qué mono, ¡hasta tiene musiquita! No, no,
no y mira, ¡se mueve! Definitivamente, éste es el que te conviene.
Eres la mejor chófer que un exigente cliente pueda solicitar. Llevas a tus hijos a la
escuela, y aunque salgan de casa con retraso, o haya mucho tráfico, nunca, pero nunca,
llegan tarde a clase.
Incluso llegas a ser mística, mamaíta adorada. Cuando ya no puedes hacer nada, siempre
te queda el último recurso: rezar. Tienes tu rosario desgastado de tantas veces que lo
has usado para pedir por mí por tu hija ¡y de cuántas me has librado con tu
oración!
Por eso hoy no quiero agradecerte, quiero bendecirte a ti, mamá soltera, porque fuiste
increíblemente valiente al decidirte a tenerme aunque papá no quiso casarse contigo y te
sugirió abortar; porque me sacaste adelante cuando papá murió, y me diste todo el
cariño de madre y padre.
Te bendigo, madre, porque aunque papá era malo y te pegaba, tú siempre me protegiste a
mí, y nunca te desquitaste conmigo; porque a pesar de que aún eras una niña, decidiste
convertirte en mujer para darme la oportunidad de, algún día, tener el privilegio de ser
madre, como tú.
Quiero bendecirte también, querida mamá soltera, porque aunque te violaron y tus
familiares te decían que tenías el derecho de no tenerme, me amaste tanto
que decidiste darme la vida y ser mi compañera, mi amiga, mi confidente, mi ejemplo, mi
mamá.
Te bendigo, mamaíta buena, porque has dedicado tu vida entera a cuidarme, a tu hijito que
está enfermito. Y aunque no puedo decírtelo, estoy seguro de que tú sabes que has
llenado mi corazón de felicidad y de amor. ¡Qué haría sin ti, mamá!
Y tú, abuelita querida, tú que cuando murió mi mamita, o cuando me abandonó o me
descuidó, me cuidaste y me criaste como a un hijo más a pesar de que estabas cansada y
creías ya no tener fuerzas para lidiar con un adolescente rebelde ¡tú eres
doblemente madre, y también a ti te bendigo!
O simplemente cuando me diste tu amor y tu consejo, además del que ya me daba mi madre,
abuelita, cuando me contabas todos los cuentos que les habías contado a tus hijos y me
hacías comprender por qué mi mamita es como es, ¡tan parecida a ti!
Te bendigo, madre de mi alma, porque aunque no soy carne de tu carne y sangre de tu
sangre, me diste la oportunidad de llamarte mamá, me diste una familia, me
diste amor, me diste la vida de mi alma, tú, mamá adoptiva... No importa que
te digan así; para mí, eres la mejor mamá del mundo.
También te bendigo a ti, mamá, porque aunque decidiste no quedarte conmigo y darme en
adopción, me diste la vida, una oportunidad para ser alguien, una oportunidad para,
algún día, decirte: mamá
Nunca fue tan bella la palabra
mujer como cuando se hizo madre.
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