La partida de los hijos no debe visualizarse como un evento
negativo o una sensación de frustración. El tiempo ahora es para el disfrute en
pareja de actividades aplazadas o relegadas, frente a tareas más importantes.
Esa expresión popular, ‘nido vacío’, se relaciona con el ciclo
reproductor de las aves, justamente cuando los polluelos, una vez emplumados y
completamente desarrollados, abandonan la seguridad y el cobijo del entorno
paterno para volar libremente, dando inicio a un nuevo ciclo vital. Esto, que
en las aves ocurre sin trauma ninguno para los progenitores, en los humanos casi
siempre es un evento doloroso, conflictivo y aún dramático.
¿Por qué algo natural y previsible como es la emancipación de los
hijos, ha llegado a ser fenómeno traumático para los padres, que en lugar de
sentir la satisfacción de una labor cumplida a cabalidad, se sienten solos,
vacíos y desprogramados, como si su proyecto vital hubiera llegado a su fin y a
partir de entonces su existencia no tuviera cabida sino para la nostalgia, la
rememoración agridulce de tiempos mejores que han quedado atrás y la espera
paciente de una corta visita, una llamada telefónica o una alegre celebración
que pasa fugaz y deja un regusto amargo, mezcla de añoranza y abandono?
La denominación de ‘nido vacío’ es un fenómeno reciente que
describe esa realidad de padres solos, con frecuencia aún jóvenes, que ven
marchar a sus hijos del hogar y se encuentran el uno frente al otro como seres
descartados por la vida.
La familia nuclear, constituida por padre, madre y uno, dos o
cuanto más tres hijos, hizo su aparición en los últimos años sesenta del siglo
XX y dio lugar a un ciclo familiar corto, en el que padres de 45 o 50 años
terminan la crianza de su(s) hijo(s) y ven marchar la prole cuando están aún en
lo que podríamos denominar el tercio medio de su proyecto familiar.
En contraposición, la familia anterior a ‘la píldora’ procreaba
usualmente entre 5 y 8 hijos y por lo tanto invertía en el periodo de crianza
mucho más tiempo; esto sin contar que la emancipación de los hijos era algo
progresivo y tardaba años desde la marcha del primero. Adicionalmente en una
constelación numerosa de hermanos no era extraño que alguno(a) de ellos
permaneciera soltero(a) y continuara indefinidamente en la casa paterna. Total,
no habían terminado de marcharse todos cuando los nietos empezaban a desfilar
por la casa de los abuelos y entonces, ‘nido vacío’ propiamente no había.
Nido vacío: ¿un problema o una oportunidad?
La respuesta a esta inquietud no es simple. Cada familia lo percibe diferente y cuando unos ven el arribo de un periodo de madurez y plenitud, otros sienten que es hora de ‘recomenzar’ porque lo construido hasta hoy se ha venido abajo. Y no faltan los que destruyen el nido y con él la relación matrimonial, bajo el supuesto de que con la marcha de los hijos la responsabilidad ha terminado y han quedado libres de unas ataduras toleradas solo por no dar escándalo a hijos aún inmaduros.
Un punto de vista positivo: el matrimonio es una realidad dinámica
como pocas. De una primera época de ajustes, que va construyendo un estilo familiar
y una relación de pareja cada vez más madura y estable, se pasa a un periodo de
crianza sugestivo y ‘engolosinante’, que transforma el nido de amor en un
entorno educativo, con tiempos muy bien determinados aunque translapables,
según las edades de los hijos: primera infancia, escolaridad, pubertad,
adolescencia y adulto joven.
Durante este lapso, que va de la boda hasta la misión de ser padres
y sigue con la llegada a la edad adulta del primer hijo, no solo maduran los
críos sino también los padres, en aspectos como la relación esponsal, la
relación parental, el crecimiento físico, psíquico, espiritual, profesional,
etc.; de tal manera, que una vez terminada la crianza, los esposos son mejores
personas, mejores profesionales, mejores amigos… mejores hijos de Dios.
Si lo anterior es cierto, se aprecia el inicio de una nueva etapa
en el dinamismo familiar, en la que se cosechan frutos y se gana tiempo para el
disfrute en pareja de muchas actividades que debieron ser aplazadas o
relegadas, frente a tareas más importantes y en ocasiones urgentes del periodo
anterior.
Un punto de vista negativo: desde esta óptica, la familia nuclear
de uno o dos hijos, no solo cambió la dinámica hogareña, sino que, en muchos
casos, alteró el orden de los amores. Poco a poco, el amor de los esposos entre
sí, realidad fundante y soporte básico del entorno familiar, fue cediendo
terreno frente al amor filial, que con el correr del tiempo se ha ido
convirtiendo en el único aunque frágil pegamento de la unión familiar.
Aquí, tanto la madre como el padre, pero sobre todo la primera, ven
en el hijo la máxima aspiración de su proyecto matrimonial y su amor hacia este
como el más perfecto y ‘desinteresado’ amor humano y esto con un claro detrimento
de la relación de pareja y de la figura del esposo-padre, quien no logra,
aunque se lo proponga, romper la diana madre-hijo; quedando relegado a un papel
secundario de proveedor o cuasi-madre que cambia también pañales, prepara
teteros y compite con la esposa por los afectos de un hijo que funge de rey del
hogar y vino para ser servido, porque, como afirman cada vez más los jóvenes
tiranos, como razón de fondo para sus crecientes demandas: “Yo no pedí que me
trajeran a este mundo”.
Es principalmente en este tipo de familias, donde la emancipación
de los hijos se visualiza negativamente, porque el accionar de los padres, una
vez se marchan los hijos, pierde vigencia, dejando un vacío de validez y
motivación en la pareja de esposos, que para entonces son solo socios de una
empresa caduca que los distrajo de ese otro fin matrimonial, para entonces
olvidado o por lo menos imperfectamente asumido, cual es la ayuda y el
perfeccionamiento mutuo.
Así pues, un ‘nido vacío’, no es la etapa final en el ciclo natural
de la familia. Muy al contrario, es el inicio de una nueva etapa en la que un
amor maduro y aquilatado por un previo trasegar, pletórico de realidades
complejas abre paso a una convivencia conyugal serena, esperanzada y
enriquecida por el agradecimiento de unos hijos que se seguirán nutriendo
indefinidamente del amor de sus padres.
Artículo editado para LaFamilia.info. Tomado de Apuntes de Familia, edición 26-12/14. Instituto de La Familia, Universidad de La Sabana. Autor: Álvaro Sierra Londoño, profesor investigador Instituto de La Familia