Llevo años buscando una oportunidad para agradecer públicamente el trabajo profesional de las empleadas de hogar. Y hoy, días después de que mi gran colaboradora, mi gran aliada, y mi gran amiga, nos haya dejado para ir a descansar al cielo, considero un deber de justicia y gratitud reconocer el valor que tiene esta profesión del trabajo doméstico. Ella está en el cielo y Dios con ella. Ha servido a los demás hasta la última gota de su vida, exprimida como un limón, atenta siempre a quienes más la necesitaban, con lealtad y alegría, sin guardarse nada para sí misma.
Estoy convencida de que el Señor al verla llegar le susurró al oído con una gran sonrisa: "Está bien, sierva buena y fiel, puesto que has sido fiel en lo poco , te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor".
Es verdad que el trabajo en el hogar esta poco reconocido y valorado socialmente. Pero es “un oficio —solía decir San Josemaría— de trascendencia muy particular, porque se puede hacer con él mucho bien o mucho mal en la entraña misma de las familias”. Es más, añadía: “A través de esa profesión —porque lo es, verdadera y noble— influyen positivamente no sólo en la familia, sino en multitud de amigos y de conocidos, en personas con las que de un modo u otro se relacionan, cumpliendo una tarea mucho más extensa a veces que la de otros profesionales”.
Decía Juan Pablo II a cinco mil empleadas de hogar el 29 de abril de 1979: “Vuestro trabajo de colaboradoras familiares: ¡No es una humillación vuestra tarea, sino una consagración!” Y añadía: “Efectivamente, vosotras colaboráis directamente a la buena marcha de la familia; y ésta es una gran tarea, se diría casi una misión, para la que son necesarias una preparación y una madurez adecuadas, para ser competentes en las diversas actividades domésticas, para racionalizar el trabajo y conocer la psicología familiar, para aprender la llamada “pedagogía del esfuerzo”, que hace organizar mejor los propios servicios, y también para ejercitar la necesaria función educadora. Es todo un mundo importantísimo y precioso que se abre cada día a vuestros ojos y a vuestras responsabilidades”.
Y tengo que reconocer que debido a mi situación personal, familiar y profesional, unas temporadas más otras menos, siempre las he necesitado a mi lado como pieza fundamental para mover el engranaje con el que la casa y todos los que vivimos en ella funcionamos a la perfección.
No solo porque con su ayuda en el orden, limpieza y organización de mi hogar han contribuido a crear un ambiente acogedor y agradable fundamental para la convivencia; ni porque —gracias a Dios—, he podido contar con su ayuda y su apoyo necesario, indispensable e impagable en todas y cada una de las tareas que conllevan el cuidado y educación de mis hijos.
Más bien, porque gracias a ellas, durante años, he podido dedicar parte de mi tiempo a lo que más me gusta en el mundo: mi familia, mis amigos y mi trabajo. Y esto, que no es poco, les hace merecedoras del titulo: “una más de la familia”.
¡Por eso, hoy —como decía Juan Pablo II con el que me identifico—, va mi aplauso a todas las mujeres comprometidas en la actividad doméstica y a vosotras, colaboradoras familiares, que aportáis vuestro ingenio y vuestra fatiga para el bien de la casa!”
Remedios Falaguera Diplomada en Magisterio por Edetania (Valencia) y en Periodismo por la Universidad Internacional de Cataluña (UIC). fluvium.org |
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