La Iglesia no inventa nada. Todo lo que es dicho hoy, fue
dicho ayer. Teniendo en cuenta la creación, el ser humano creado a imagen de
Dios, y la plenitud de vida revelada por Jesucristo, se comprende el hecho de
que los santos Padres fueron defensores acérrimos de la vida humana.
Es interesante observar que, en cuanto los cristianos se establecen en el Imperio romano, comienzan a condenar el aborto de modo categórico. Es lo que nos revela la Didaché, del siglo I. En ella se señala explícitamente el aborto como camino que lleva a la muerte espiritual (Did. 2, 2).
Tertuliano es aún más enérgico cuando dice que «es un homicidio premeditado impedir que nazca (un ser humano)... Ya es un hombre el que lo será» (cf. Apol. IX, S: CSEL 69. 24). Para san Basilio el aborto es un homicidio (Ep. 188, 2). Tanto él como el Pseudo Bernabé (XIX, 5) extienden explícitamente el delito del aborto no sólo a la mujer que aborta, sino también a quien la hace abortar. Para Clemente de Alejandría el aborto transforma el seno materno, cuna de la vida, como quiere el Creador, en féretro de muerte (cf. Strom. 2, 18).
Para todos los Padres griegos y latinos el aborto es moralmente un pecado, dado que significa la injusta supresión de una vida humana que se encuentra desde el principio bajo la protección del amor providencial de Dios. Por consiguiente, su práctica no sólo viola el mandamiento de amor hacia el prójimo, sino también el derecho de Dios, hiriendo y destruyendo una de sus criaturas.
Del mismo modo, se condenan el suicidio y el homicidio. San Agustín, siguiendo una larga tradición, afirma que el suicidio siempre es moralmente ilícito (De civ. Dei, 1, 20: CCL 47, 22). «Nunca es lícito matar a otro: aunque él lo quisiera, incluso si él lo pidiera, cuando, suspendido entre la vida y la muerte, suplica que le ayuden a liberar su alma que lucha contra las cadenas del cuerpo y desea romperlas; no es lícito ni siquiera cuando un enfermo no esté ya en condiciones de sobrevivir» (Ep. 204, 5: CSEL 57, 320).
Como se puede deducir de esta breve evocación de algunos Padres de la Iglesia, la encíclica 'Evangelium vitae' no aporta ninguna innovación por lo que atañe a la doctrina. Se limita a trazar para el presente, en un contexto en que estos problemas se agudizan aún más, una posición que no le corresponde a ella cambiar. Para ser fiel a la palabra de Dios y a la Tradición, la Iglesia no puede callar: "debe proclamar en voz alta el evangelio de la vida".
Dios nos siga bendiciendo.
Es interesante observar que, en cuanto los cristianos se establecen en el Imperio romano, comienzan a condenar el aborto de modo categórico. Es lo que nos revela la Didaché, del siglo I. En ella se señala explícitamente el aborto como camino que lleva a la muerte espiritual (Did. 2, 2).
Tertuliano es aún más enérgico cuando dice que «es un homicidio premeditado impedir que nazca (un ser humano)... Ya es un hombre el que lo será» (cf. Apol. IX, S: CSEL 69. 24). Para san Basilio el aborto es un homicidio (Ep. 188, 2). Tanto él como el Pseudo Bernabé (XIX, 5) extienden explícitamente el delito del aborto no sólo a la mujer que aborta, sino también a quien la hace abortar. Para Clemente de Alejandría el aborto transforma el seno materno, cuna de la vida, como quiere el Creador, en féretro de muerte (cf. Strom. 2, 18).
Para todos los Padres griegos y latinos el aborto es moralmente un pecado, dado que significa la injusta supresión de una vida humana que se encuentra desde el principio bajo la protección del amor providencial de Dios. Por consiguiente, su práctica no sólo viola el mandamiento de amor hacia el prójimo, sino también el derecho de Dios, hiriendo y destruyendo una de sus criaturas.
Del mismo modo, se condenan el suicidio y el homicidio. San Agustín, siguiendo una larga tradición, afirma que el suicidio siempre es moralmente ilícito (De civ. Dei, 1, 20: CCL 47, 22). «Nunca es lícito matar a otro: aunque él lo quisiera, incluso si él lo pidiera, cuando, suspendido entre la vida y la muerte, suplica que le ayuden a liberar su alma que lucha contra las cadenas del cuerpo y desea romperlas; no es lícito ni siquiera cuando un enfermo no esté ya en condiciones de sobrevivir» (Ep. 204, 5: CSEL 57, 320).
Como se puede deducir de esta breve evocación de algunos Padres de la Iglesia, la encíclica 'Evangelium vitae' no aporta ninguna innovación por lo que atañe a la doctrina. Se limita a trazar para el presente, en un contexto en que estos problemas se agudizan aún más, una posición que no le corresponde a ella cambiar. Para ser fiel a la palabra de Dios y a la Tradición, la Iglesia no puede callar: "debe proclamar en voz alta el evangelio de la vida".
Dios nos siga bendiciendo.
De mi hermano y amigo Alejandro María.
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