Hace muchos años
las familias podían vivir con un pedazo de tierra, unos animales,
una casita de adobe, mucha confianza en las lluvias y en los amigos,
y el trabajo de todos. Ahora, con televisor, coche, lavadora, vacaciones
en lugares lejanos y casas con un muy eficiente sistema de cañerías,
gas y luz eléctrica, parece que el agobio es el pan nuestro
de cada día de millones de familias del mundo entero.
Por tantas necesidades,
por tantas urgencias, por tanto “progreso”, resulta que
muchas veces el padre y la madre trabajan horas y horas para cubrir
los costos.
Queremos ahora
fijarnos especialmente en el padre, que suele ser, en un gran número
de familias, la principal fuente de ingresos. Sale temprano, trabaja
horas y horas, sufre de estrés ante la inseguridad de las empresas,
tiembla cada vez que hay reajuste de plantilla. Y, si le ofrecen horas
extras y bien pagadas, no duda en decir sí: la cuenta del banco
está otra vez en los límites de la línea roja.
Por el deseo
de dar lo máximo a los suyos, a la esposa, a los hijos, algunos
padres de familia, literalmente, “se matan”. Con un deseo
maravilloso: que no falte nada, que en la casa no falten tantas cosas
“importantes” que hacen a la vida soportable, que se consiga
la mejor escuela para los hijos, que haya un poco de ahorros para
cualquier emergencia.
Muchas veces,
sin darnos cuenta, ese esfuerzo afecta a importantes aspectos de la
figura paterna, que son mucho más hermosos que el dinero, que
el mantenimiento del coche o que la posibilidad de ir al club en familia
los fines de semana.
Es cierto que
sin dinero el refrigerador queda vacío y las cuentas del gas
no pueden ser pagadas al final de mes. Es cierto que sin dinero no
podemos mantener las clases de música del niño, o de
inglés de la niña, o de deporte del primogénito.
Es cierto que sin dinero esas vacaciones prometidas el año
pasado deberán ser pospuestas un año más.
Pero, ¿no
es verdad también que la niña quisiera tener a papá
al lado para hacer los problemas de matemática? ¿Que
el hijo pequeño querría preguntar a su padre cómo
entenderse mejor con un amigo al que a veces desprecia pero que tiene
un buen corazón? ¿Que el grande querría jugar
el próximo partido de basquet con la silueta y, sobre todo,
con la mirada del padre entre las gradas?
La misma esposa,
que muchas veces también trabaja, querría poder contar
más tiempo con su esposo. Tiempo “de calidad”, pues
sí pasan momentos los dos juntos; pero están tan cansados
que sólo piensan en dormir después de haber dicho algunos
consejos a los hijos y de haber arreglado esos papeles que siempre
están amenazando en la mesa del despacho como asuntos que exigen
ser atendidos cuanto antes.
La figura del
padre puede eclipsarse en un mundo de mil necesidades y de prisas,
puede quedar reducida a alguien que entra y sale como estrella fugaz,
siempre angustiado, siempre inquieto, siempre con cosas muy importantes
que hacer. Cuando la “cosa” más importante, la vocación
más profunda y más grande que tiene un padre es precisamente
esa: ser esposo y ser padre. Lo cual es el fulcro que debería
justificar todo el trabajo y todas las luchas por mantener una situación
económica aceptable.
Muchos dirán:
pero entonces, ¿qué hago? Si me echan del trabajo, voy
a tener que vagabundear hasta que me admitan en otro sitio, o ver
si me ofrecen algunas “chapuzas” provisionales mientras
logro colocarme en un buen trabajo. Y si me toca un empleo mediocre
y mal pagado, ¿cómo mantener a una familia con el mínimo
de dignidad que todos merecen?
Si la respuesta
fuese fácil, no habría que darla. Pero como es difícil,
seguramente quedará un poco así, a mitad. Lo que sí
está claro es que hay casos (y son más de los que imaginamos,
aunque por desgracia no son muchos) en los que el tiempo para la familia
aumentaría notablemente si todos, padres e hijos, aceptasen
un tenor de vida con menos “cosas” y con más cariño
y convivencia. Renunciar a ese viaje, a ese coche nuevo al menos por
este año, a esas clases particulares, al club de él
o de ella (o de los dos)... Son decisiones que, ciertamente, cuestan,
pero que iniciarían a desahogar un poco la situación
familiar al dejar más tiempo para estar juntos, aunque sea
para pasear por el parque del fraccionamiento.
Muchos otros
padres, hay que ser realistas, dirán que les resulta imposible
renunciar al tiempo de trabajo para estar más en familia. Pero
en esos casos (y en los otros, siempre), el mismo trabajo puede quedar
bañado por la presencia de la esposa y de los hijos. El padre
sabrá encontrar un momento al día para llamar por teléfono
a ella, al hijo, a la hija. Llevará en su corazón las
preocupaciones que tiene la niña con sus materias, el niño
con sus amigos, el grande con la carrera que va a iniciar y que decidirá
buena parte de su futuro.
Llegará
a casa cansado, y eso muchas veces es muy difícil de evitar.
Pero encontrará fuerzas para que su mejor manera de descansar
sea el estar en el cuarto de los niños, el ver sus dibujos
y sus sueños, el husmear lo que hay de nuevo en el armario
de mamá, el buscar con todos la pieza del rompecabezas que
ha caído Dios sabe dónde.
Basta a veces
con poco para que papá llegue a casa y, de verdad, sea de casa.
Basta con poco para que el trabajo sea menos obsesivo y la familia
sea más gratificante. Basta con poco para que entre todos se
pueda vivir un clima más sereno y más íntimo.
Porque cuando la esposa y los hijos ven que están continuamente
en el corazón del padre comprenden y perdonan que algún
día llegue más tarde y más cansado. Sobre todo
si ven que sonríe, como un niño travieso, antes de mostrar
el coche de carreras que esconde en su bolsa llena de papeles y de
ilusiones, llena del cariño de los suyos y para los suyos.
Fernando Pascual,
L.C.
|
|
http://www.fluvium.org/textos/familia/fam967.htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario