Lo primero es que existen horizontes casi infinitos sobre los que surgen comentarios: deporte y clima, política y familia, ciencia y literatura, religión y filosofía, economía y biología. Los temas son tantos y tantos los puntos de vista, que es imposible hacerse una idea de lo que la “gente” piensa cuando se expresa en el mundo de Internet. Lo segundo que descubrimos es que esos comentarios reflejan, en parte, las convicciones de las personas, o sus dudas, o sus deseos de aparecer, o sus miedos, o sus frustraciones, o sus odios. Otras veces esos comentarios son “falsos”, en el sentido de que no expresan lo que uno piensa, sino lo que uno quiere aparentar por fines diversos: para molestar, para reírse de otros, para pasar un rato más o menos agradable, para ganar afectos, para poner a prueba a los demás, para crear polémica, para ver cómo responden otros,... Lo tercero, quizá lo más importante, es que los comentarios desvelan actitudes. No sólo se escriben ideas, sino que se comenta desde sentimientos profundos, desde modos de ver la vida, desde una historia personal bella o desgraciada. Por eso hay comentarios llenos de odio, bañados en sed de venganza, en rabias profundas. Abundan entonces las palabras de desprecio. La condena se convierte en la salsa principal. Hay, en esos comentarios, un deseo de destruir a otros, vistos como seres despreciables, como personas para las que el infierno sería un castigo insuficiente. Otros comentarios tienen una actitud de afecto, de comprensión, de acogida, de respeto. El otro, incluso si piensa de modo diferente, o si ha cometido graves errores o delitos, es tratado como un ser humano digno. A veces se cae en el extremo de un buenismo excesivo, que no percibe el daño hecho por otros, pero la actitud no deja de ser interesante: también los criminales pueden ser rescatados, sin quitar para nada lo que deben pagar a la justicia, desde manos amigas y corazones dispuestos al perdón. Otros comentarios surgen de un deseo profundo de autoafirmación: uno tiene la razón y los demás están equivocados. No se trata simplemente de defender la verdad (algo siempre loable), sino de despreciar a los otros con el simple deseo de vencer sobre quienes son humillados continuamente por comentaristas sumamente agresivos. Otros comentarios reflejan dudas íntimas, o incluso depresiones profundas. Llegan desde personas a las que una enfermedad psicológica o los golpes de la vida han llenado de tristezas, incapaces de reaccionar positivamente. En sus frases, en sus escritos, se palpa la confusión, la pena, la desgana, el pesimismo, la desidia. Otros comentarios respiran un aire de serenidad y de diálogo, una actitud de escucha y de búsqueda de caminos para construir. Da gusto encontrar comentaristas (en foros, en chats, en blogs) con actitudes de empatía, si bien eso no basta: de nada sirve encontrar a alguien que escucha y luego promueve ideas engañosas que confunden a los incautos. La lista podría hacerse mucho más larga, pues las situaciones son muy complejas. No faltan personas que son capaces de comentar desde actitudes psicológicas diferentes, con intervenciones que van desde lo sarcástico hasta lo cariñoso, con una espectro muy amplio de posibilidades. Lo importante es descubrir cuáles son las actitudes del otro (siempre que sea sincero) y cuáles son las propias. Ello no será suficiente para lograr un buen diálogo, pero al menos permitirá una mayor conciencia de cómo participa cada uno. Luego, habrá que dar pasos concretos para erradicar lo que sea inadecuado y para no dejarse salpicar por quienes tienen actitudes incorrectas. Sin olvidar, quizá un punto que dejamos a veces de lado, que no basta con buenas formas para un buen diálogo, sino que en el mismo es irrenunciable una actitud de amor sincero a la verdad, venga de donde venga y sea dicha por quien sea dicha. Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net |
miércoles, 6 de julio de 2011
¿Desde dónde comentamos en Internet?
El mundo de Internet permite un acceso rápido a miles de comentarios de todo tipo y sobre ámbitos muy variados
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