Cada anciano encierra un mundo de recuerdos, un tesoro de experiencias, una sabiduría madura y fresca. Hablar con un anciano nos enriquece, nos enseña mucho sobre la vida, sobre la amistad, sobre el dinero (que no lo es todo), sobre los hijos, sobre la convivencia matrimonial.

Así tenemos que ver a quienes han construido nuestro presente. No somos hijos del vacío, sino hijos muy amados de quienes ayer, con sus canas y sus arrugas, trabajaron por nuestra educación, por llevarnos al médico, por darnos un consejo en un momento difícil de la vida. Somos hijos de quienes han dejado tal vez un sueño, un proyecto muy querido, para acogernos en sus vidas, para enseñarnos a caminar y a decir esas primeras palabras que nos abrieron al mundo de los adultos.
Hemos recibido tanto de su juventud y su edad adulta, de su madurez y del inicio de sus achaques y arrugas. Incluso ahora nos dan tanto, con su mirada apacible, con alguna amonestación que nace del cariño (aunque quizá nos duela), con sus caprichos (ni ellos ni nosotros somos perfectos...).
Tal vez sus dolores o sus penas nos crean pequeñas molestias. Antes éramos nosotros, enfermos en la cama, a pedirles un sacrificio, un momento de ayuda. Ahora son ellos los que, con su silla de ruedas o con sus problemas al hablar o al escuchar, quienes nos suplican, con respeto, una ayuda, un gesto de afecto, estar simplemente a su lado en una tarde de descanso.

Un día también llegaremos, si Dios así lo quiere, a esa edad de las canas, al mundo de la tercera edad. Querremos, para entonces, ser queridos, ayudados y sostenidos, gozar de un espacio de libertad para hacer eso poco (a veces mucho) que aún podemos. Querremos no ser relegados a un rincón, ni sentirnos olvidados por un mundo que piensa sólo en lo inmediato, eficiente y bello.
Quizá ahora, desde nuestro afecto, nuestro cariño hacia los mayores, dejaremos a los jóvenes un ejemplo de cómo tratar a los ancianos, de cómo estar cerca de quienes, mientras viven, ofrecen cariño, amor y un poco de experiencia profunda, serena, para conducirnos en la vida que recibimos y que esperamos transmitir un poco mejor y un poco más humana a nuestros hijos, nietos y biznietos...
Fernando Pascual, L.C.
http://www.fluvium.org/textos/familia/fam879.htm
Hola, cómo estás?
ResponderEliminarAnte todo GRACIAS!!! por tu comentario y por ser la primera de mis siguientes 100 seguidoras (juaaa, tremenda esperanza tengo, jajaja), me encantó este post sobre los ancianos, sabes, yo soy muy "viejera", siempre me pongo a conversar con ellos, de hecho, los "muñecos" de palitos que viste en mi último post están hechos para enviar a un grupo de amigos de Bs As, que la menor tiene 56 (mi tía) y la mayor 97, que los adoro, me paso horas conversando con ellos, siempre aprendo algo y además me lo paso en grande con ellos. En Montevideo también tengo muchos amigos "grandes", además de los de otras edades, a veces sólo necesitan alguien con quien hablar, porque en su casa no les escuchan...los oyen y les cierran el oído...no escuchan y se pierden todo lo que ellos tienen para dar, consejos, aliento, enseñanzas pero también diversión, alegría, anécdotas interesantes.
Lo dicho, amé tu post!!!
Besos. y soy tu seguidora 15 (la niña bonita en la quiniela, jajaja)
Jajaja...hola niña bonita!.. Bienvenida,y gracias por pasar por aquí!!!
Eliminar