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"El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen." Santa Teresa de Ávila
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domingo, 11 de agosto de 2013

La madre es quien mejor sabe la verdad



Una mujer embarazada es quizá la primera en darse cuenta de que lo que lleva en su seno es un nuevo ser humano, distinto de todos los que han existido, existen y existirán.
        Y sabe bien que todo intento de distinguir la condición humana según si ha nacido todavía o no, o según los meses que lleva de gestación, carece de fundamento.
        Sabe que entre un feto en la primera semana de gestación –o en la última, es lo mismo–, y un recién nacido, no hay más diferencia que un poco de tiempo y la necesaria nutrición.
        Sabe que el aborto no es una simple interrupción del embarazo, como se dice evasivamente, quizá para intentar disfrazar con un eufemismo su innegable atrocidad.
        Sabe bien que abortar significa atentar contra un ser indefenso que, además, es su propio hijo.
        Cualquier persona que haya trabajado siquiera unos meses en un gabinete psicológico puede dar fe de hasta qué punto una mujer se siente aturdida, angustiada y desamparada después de un aborto; hasta qué punto quedan desoladas al darse cuenta –cosa que sucede bien pronto– de que han arrebatado una vida humana y no saben qué hacer para remediarlo.
        El sentimiento de culpa por haber abortado es quizá uno de los dolores más severos que una persona puede experimentar.
        El aborto no solo aniquila una vida humana no nacida, sino que también arruina psicológicamente a muchas mujeres.
        Un extenso estudio realizado en la Clínica Ginecológica de Würzburg (Alemania) por la Doctora Maria Simon, concluía que algo más de un 35% de las mujeres que han abortado sufren después fuertes oscilaciones de ánimo y estados depresivos; en torno a un 30% padecen sentimientos de miedo, sin saber bien a qué se deben; un 37% lloran con frecuencia sin apenas motivo aparente; aproximadamente el 45% darían marcha atrás si pudieran hacerlo; el 55% se sienten más nerviosas y menos equilibradas; el 61% reprimen cualquier pensamiento en torno al aborto; el 52% sufren con solo ver mujeres embarazadas; y al 70% les viene con frecuencia a la cabeza la idea de cómo serían las cosas si el niño abortado viviese ahora.
        Muchas mujeres acusan a médicos y asesores de que no les habían informado suficientemente sobre las posibles consecuencias psíquicas. Si hubiesen sabido qué riesgos somáticos y psíquicos acarreaba, lo más probable es que no hubieran abortado.
        Las mujeres que suelen superar el trauma del aborto –continúa ese estudio– son aquellas encuestadas que intentan recuperar su equilibrio psíquico afrontando conscientemente el hecho del aborto. Lo hacen sobre todo a través de conversaciones con personas de confianza, como el marido, más frecuentemente una amiga o la madre, rara vez un médico, y nunca –dato significativo– con el médico que practicó el aborto.

        En esos casos, por lo general, la mujer intenta reconocer su culpa. No la reprime, no la proyecta en otros, ni recurre tampoco a justificaciones. El siguiente paso es arrepentirse del aborto. En esta fase se duele por su hijo muerto como por cualquier otro difunto querido. Raramente una madre –concluye ese estudio– logra convencerse de modo permanente de que aquello no era un ser humano vivo, su propio hijo.  

Alfonso Aguiló

http://www.fluvium.org/textos/etica/eti928.htm

            

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