Una mujer embarazada
es quizá la primera en darse cuenta de que lo que lleva en
su seno es un nuevo ser humano, distinto de todos los que han existido,
existen y existirán.
Y sabe bien que
todo intento de distinguir la condición humana según
si ha nacido todavía o no, o según los meses que lleva
de gestación, carece de fundamento.
Sabe que entre
un feto en la primera semana de gestación –o en la última,
es lo mismo–, y un recién nacido, no hay más diferencia
que un poco de tiempo y la necesaria nutrición.
Sabe que el aborto
no es una simple interrupción del embarazo, como se dice evasivamente,
quizá para intentar disfrazar con un eufemismo su innegable
atrocidad.
Sabe bien que
abortar significa atentar contra un ser indefenso que, además,
es su propio hijo.
Cualquier persona
que haya trabajado siquiera unos meses en un gabinete psicológico
puede dar fe de hasta qué punto una mujer se siente aturdida,
angustiada y desamparada después de un aborto; hasta qué
punto quedan desoladas al darse cuenta –cosa que sucede bien
pronto– de que han arrebatado una vida humana y no saben qué
hacer para remediarlo.
El sentimiento
de culpa por haber abortado es quizá uno de los dolores más
severos que una persona puede experimentar.
El aborto no
solo aniquila una vida humana no nacida, sino que también arruina
psicológicamente a muchas mujeres.
Un extenso estudio
realizado en la Clínica Ginecológica de Würzburg
(Alemania) por la Doctora Maria Simon, concluía que algo más
de un 35% de las mujeres que han abortado sufren después fuertes
oscilaciones de ánimo y estados depresivos; en torno a un 30%
padecen sentimientos de miedo, sin saber bien a qué se deben;
un 37% lloran con frecuencia sin apenas motivo aparente; aproximadamente
el 45% darían marcha atrás si pudieran hacerlo; el 55%
se sienten más nerviosas y menos equilibradas; el 61% reprimen
cualquier pensamiento en torno al aborto; el 52% sufren con solo ver
mujeres embarazadas; y al 70% les viene con frecuencia a la cabeza
la idea de cómo serían las cosas si el niño abortado
viviese ahora.
Muchas mujeres
acusan a médicos y asesores de que no les habían informado
suficientemente sobre las posibles consecuencias psíquicas.
Si hubiesen sabido qué riesgos somáticos y psíquicos
acarreaba, lo más probable es que no hubieran abortado.
Las mujeres que
suelen superar el trauma del aborto –continúa ese estudio–
son aquellas encuestadas que intentan recuperar su equilibrio psíquico
afrontando conscientemente el hecho del aborto. Lo hacen sobre todo
a través de conversaciones con personas de confianza, como
el marido, más frecuentemente una amiga o la madre, rara vez
un médico, y nunca –dato significativo– con el médico
que practicó el aborto.
En esos casos,
por lo general, la mujer intenta reconocer su culpa. No la reprime,
no la proyecta en otros, ni recurre tampoco a justificaciones. El
siguiente paso es arrepentirse del aborto. En esta fase se duele por
su hijo muerto como por cualquier otro difunto querido. Raramente
una madre –concluye ese estudio– logra convencerse de modo
permanente de que aquello no era un ser humano vivo, su propio hijo.
Alfonso
Aguiló
http://www.fluvium.org/textos/etica/eti928.htm
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