Hay tareas que
no podemos eludir, que siguen fijas e inamovibles, que “esperan”
con paciencia o con prisa que alguien las lleve a cabo.
Unas son tareas
ordinarias, a las que no podemos dar la vuelta: asear la casa, preparar
la comida, limpiar los platos, lavar la ropa, planchar, poner orden...
Otras son tareas
ocasionales: responder una carta, preparar un balance de cuentas,
devolver un préstamo, llevar el coche a revisión.
En familia o
en el trabajo llega la hora de distribuir tareas. A veces uno mismo
se ofrece para hacer esto o lo otro. Otras veces nos ponemos de acuerdo
para respetar una sana justicia “distributiva”, o un “jefe”
(esperamos que bueno y aceptado por todos) decide quién hace
qué cosa.
Realizar tareas,
sobre todo si son rutinarias o si exigen sacrificio, cuesta. Las aceptamos
porque “hay que hacerlo”, porque es imposible vivir sin
comida, porque sentimos la urgencia de tener ropa limpia, porque nos
angustiaría pensar que el coche tenga los frenos averiados.
Pero hacer las cosas por obligación, como quien lleva sobre
sus espaldas un peso del que quiere librarse cuanto antes, nos puede
cansar, frustrar, oprimir.
Las tareas se
llevan adelante de modo muy distinto cuando el corazón las
asume desde un gesto de cariño.
Lavar la ropa
es más llevadero (no dejará de ser cansado) si pensamos
en la alegría de los familiares, que ven que me ofrecí
a ayudarles en esto. Preparar la comida se hace con más alegría
si queremos contentar a los de casa. Poner orden en la fábrica
o en la oficina resulta hasta hermoso si queremos facilitar la vida
de nuestros compañeros de trabajo, simplemente porque queremos
que estén a gusto y porque les apreciamos sinceramente.
Son dos perspectivas
muy distintas: en una hacemos cosas, incluso muy buenas, desde el
“deber por el deber”, porque toca, como quien desea cuanto
antes quitarse un peso de encima; en otra, deseamos servir, ayudar,
hacer más hermosa y llevadera la vida de quienes están
a nuestro lado.
No siempre es
fácil vivir de cariño, sobre todo cuando el tiempo ha
desgastado los corazones y cuando en nuestro interior hay proyectos
que entusiasman, mientras que lo “ordinario” cansa o lleva
al aburrimiento.
Pero sí
es hermoso tener encendido, cada día, ese afecto hacia tantas
personas que se abren como flor de primavera ante el gesto de cariño
que les llega desde lo más profundo de un alma buena.
Fernando Pascual,
L.C.
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http://www.fluvium.org/textos/familia/fam973.htm