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"El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen." Santa Teresa de Ávila
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domingo, 5 de enero de 2014

A los que nunca supieron qué es Navidad

Si el misterio de un Dios hecho hombre ha dejado de emocionarnos, es porque en este convulsionado mundo nuestro está en marcha un peligroso proceso de deshumanización



Cuando llegan las fiestas más hermosas del año, la inocencia y candor de los niños hacen de nuestro mundo un lugar más habitable. Durante estos días los sueños infantiles se agolpan para ser depositados cada 5 de Enero en el interior de unos zapatitos colocados cuidadosamente en la ventana. Hace falta ser niño para vivir la magia de la Navidad en un estado puro y hace falta ser pobre para vivir la profunda decepción infantil, al contemplar el calzado vacío, colocado en una humilde ventana, que ningún rey acertó a descubrir. Todas las Navidades vienen a mi recuerdo la imagen del niño cabrero de Miguel Hernández y las sencillas palabras que salen de su boca, dejando traslucir la infinita tristeza que se alberga en el pecho de los niños pobres

Por el cinco de Enero
cada Enero ponía
mi calzado cabrero
en la fría ventana
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas
mis abarcas desiertas


Las tristes navidades de los niños pobres son el contrapunto a las dulces navidades de los niños ricos. Siempre ha sido y seguirá siendo así. Cierto que estos niños, que dejaron de serlo sin haber saboreado el hechizo de la Navidad, jamás podrán recuperar sus sueños infantiles, ésos que nunca pudieron acariciar con sus pequeñas manitas , aún así tengo la confianza de que el Niño de Belén, pobre como ellos, les regale algún día, unas navidades gozosas hecha a la medida de los pobres

Pienso en el sagrado desconsuelo de los niños pobres, pero también en la vacuidad de las personas mayores que viven ajenas al gozo sobrehumano de saber que Dios se ha hecho niño. Los hombres del siglo XXI hemos madurado mucho, hemos aprendido a ser independientes, no necesitamos nada de nadie, nos bastamos a nosotros mismos. Hace tiempo que perdimos la inocencia y dejamos de ser niños para convertirnos en personas arrogantes y prepotentes, incapaces de vivir la Navidad , porque , como bien decía Martín Descalzo, "la Navidad es eso, un misterio de infancia" y sólo haciéndonos como niños podremos acercarnos a él; pero nos gusta ser mayores y comportarnos como lo que somos, entonces ¿ que puede importarnos a nosotros el que Dios se haga un niño? ¿ Qué nos va a nosotros en que Dios venga a nuestra tierra o se quede en el cielo para siempre? Nuestra mente está en otras cosas "más importantes".Lo que a la gente, hoy, le preocupa son cuestiones de otra índole, lo que quiere, es vivir mejor, tener mucho más de lo que tiene, para no cesar de consumir, ganar el doble de lo que gana y a poder ser, trabajando la mitad, alcanzar cotas cada vez más elevadas de poder... y como Dios no es la solución a estos problemas nuestros, es por lo que hemos decidido prescindir de Él y negarle la bienvenida a nuestra tierra, en todo caso, la bienvenida estaríamos dispuestos a dársela a mister Marshal, si apareciera con un conjunto de medidas para poner fin a la crisis, si viniera con un plan de inversiones que acabara con el paro o con una planificación de desarrollo que multiplicara por cinco nuestra renta "per capita".

Obsesionados como estamos por estas cosas nuestras tan "puntuales" hemos acabado olvidándonos de los asuntos trascendentes, sobre los que gravitan preguntas radicales, como pueden ser ¿qué piensa Dios sobre nosotros? ¿que somos para Él? ¿Qué lugar ocupamos en su corazón? Estas son las preguntas que siempre se vienen haciendo las gentes sencillas, sabiendo que en Belén es el único lugar donde podemos encontrar la respuesta satisfactoria.

La Navidad, se ha dicho muchas veces, es el regalo que Dios hace a los hombres o para ser más exactos, es el Misterio de Amor en el que Dios mismo se nos da como regalo. Incomprensible esta locura de Dios; pero no hace falta que lo comprendamos del todo, es suficiente con que nos rindamos emocionados ante el misterio y lo adoremos. Así de fácil ; pero para ello hay que tener alma y sentimientos infantiles, algo que nunca debimos dejar pudrirse en nuestro pecho; aunque tal vez no estén muertos del todo, sino solamente dormidos y lo que tendríamos que hacer es comenzar a despertar a ese niño que todos llevamos dentro. Necesitamos volver a ser niños, sí, porque el mundo anda falto de sonrisas, de ternura, de cálidas acogidas. Lo necesitamos porque como decía Dostoievski "El hombre que guarda muchos recuerdos de su infancia, ése está salvado para siempre".

Hace 2000 años que Dios, olvidándose de su eternidad e infinitud, abandonó su cielo para hacerse presente en esta tierra nuestra, disfrazado de niño y ser uno más entre nosotros, sin guardias y sin escoltas, débil e indefenso se puso en nuestras manos para que le cuidáramos. Parece un contrasentido que Dios se haya fiado de los hombres, cuando los hombres nunca hemos acabado de confiar en Él. Tuvo que ser así porque Dios quiso ganar los afectos de nuestro pobre corazón humano y lo hizo de la mejor forma que podía hacerlo. Fue el modo más sublime y entrañable de decirnos que nos quería apasionadamente y que ya nunca estaríamos solos en un mundo gélido. A partir de aquí comienza a tener sentido el misterio de la Navidad que para los cristianos viene a ser la manifestación amorosa de Dios a los hombres y que otros quieren arrebatárnosla para convertirla en la fiesta de la charanga y el despiporre. ¡Que nadie se engañe!. Sin Dios no es posible la Navidad

Después de haber sabido que con nosotros está Dios, ése que todo lo puede, que todo lo llena, que todo lo endulza. Después de haber sabido que nos ha sucedido lo mejor que podía sucedernos, que en nuestra historia ha tenido lugar el acontecimiento de los siglos que nadie pudo imaginar ¿Cómo no experimentar la alegría de ser hombre? ¿Cómo no rebosar de gozo y de felicidad? ¿Cómo no estar contentos por Navidad?

Si el misterio de un Dios hecho hombre ha dejado de emocionarnos, si al recordarlo, nuestro corazón ya no salta de alegría, es que ha llegado el momento para estar preocupados, porque en este convulsionado mundo nuestro está en marcha un peligroso proceso de deshumanización.

Autor: Ángel Gutiérrez Sanz | Fuente: Catholic.net

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