Hay veces que nos dedicamos a esperar en la vida.
Para ser más exactos nos dedicamos a “esperar a ver qué pasa”(¿les suena esa
frase?). Y nos quedamos en esa espera sin fecha, ni horario, ni día en el
calendario, como se diría coloquialmente. La pregunta en muchos casos es ¿qué
estamos esperando?
En algunos casos se
espera que otro tome la decisión que estamos evadiendo. También esperamos que el
problema se diluya, se olvide o desaparezca por arte de magia. Aunque en el
fondo sabemos que esto último no va a pasar. Pero, claro, es más fácil huir de
las responsabilidades o de los episodios que pueden resultar complicados o
dolorosos.
Uno sabe cuándo algo no está bien. Es más, de alguna manera
reconocemos las posibles consecuencias que puede traer la toma de ciertas
decisiones. Sin embargo, y a pesar de tener mediana idea del panorama,
preferimos hacerle “el quite” y “esperar a ver qué pasa”.
Hay ocasiones en que la espera es válida.
Pero es muy diferente la espera activa, la que arroja frutos, la que más
adelante nos permitirá ver los resultados; a esa espera en la que buscamos que
otros (llámelo Dios, pareja, destino, el cosmos, amigos, familia, o lo que
sea) nos resuelvan lo que nosotros no queremos.
No tomar las decisiones que nos
corresponden, nos someten a la voluntad de otros y a perder el control de
nuestra vida presente y futura. Nuestra existencia no es eterna y se pasa muy
rápido. Es por eso que muchas de nuestras decisiones sí deben tener una fecha o
un límite.
De ahí la importancia de luchar contra nuestros miedos, aceptar
lo que nos sucede y tener el valor para afrontar nuestra realidad. Todo está en
una palabra, en un paso, en la voluntad. Vale recordar que “la voluntad mueve el
mundo”.
Sonia Blanco
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