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"El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen." Santa Teresa de Ávila
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miércoles, 11 de septiembre de 2013

EL BUEN TRATO



¿Qué entendemos por buen trato?


    Capacidad de las personas para cuidarse entre ellas y hacer frente a las necesidades personales propias y del otro, manteniendo siempre una relación afectiva y de amor. 
    Es el conjunto de sentimientos, comportamientos y representaciones que constituyen la realidad del amor lo que permite la existencia del fenómeno del buen trato y, también, de la capacidad para dar y recibir cuidados. 
    Una modalidad de convivencia cotidiana que genera una transformación cultural a partir de la construcción colectiva de vínculos sanos. 
    El buen trato se da gracias a los vínculos que establecemos con nuestros seres queridos. Es decir, es un tipo de relación, que debe fundarse en un compromiso afectivo, entendido como un esfuerzo social y colectivo que busca el reconocimiento, la participación y la cooperación de todos. 
    En este sentido, el buen trato hacia la niñez surge de la necesidad de contar con nuevas opciones y formas de actuar, sentir, valorar y pensar que permitan la promoción de actitudes positivas que ayuden a mejorar el componente familiar y social, del cual forman parte integral.
DECÁLOGO DEL BUEN TRATO

    Aceptar incondicionalmente a nuestros hijos e hijas.

Debemos aceptarlos con sus virtudes y sus defectos porque no hay niños mejores que otros, sino diferentes entre sí. La incondicionalidad significa no poner condiciones, aceptar a nuestros hijos e hijas como son, demostrándoles diariamente que, a pesar de todo, les queremos y estamos orgullosos de ser sus padres, y que, incluso en aquellas situaciones en las que no aprobamos su conducta, estamos a su lado enseñándoles y apoyándoles.
    Proporcionarles amor y afecto.

“Te quiero tal como eres” es el mensaje que debemos transmitir a nuestros hijos e hijas. Es muy importante que nuestras relaciones con ellos estén impregnadas de ternura, miradas, besos, abrazos, caricias, palabras cariñosas, etc.
Es importante recordar también que, independientemente de la situación de pareja en la que nos encontremos, nuestros hijos e hijas nos necesitan física y emocionalmente. Según la Declaración de los Derechos del Niño, nuestro hijo “tiene derecho a mantener contacto con sus padres, aunque estos estén separados o divorciados”.
Nuestros hijos deben seguir contando con ambos, con su padre y con su madre, por eso debemos seguir diciendo “nosotros” en las cuestiones relativas a nuestros hijos, asegurándoles que pueden seguir contando con el apoyo y comprensión de los dos.
    Establecer límites razonables.

Aceptamos y queremos a nuestros hijos incondicionalmente, pero estableciendo con ellos unos límites coherentes y consistentes para que sepan qué pueden hacer o no hacer. A la hora de fijar los límites debemos ser razonables: no podemos prohibir ni autorizar todo. Tenemos que analizar si hay razones de peso para mantener o no ciertas normas. Las normas y límites deben revisarse a medida que nuestros hijos van madurando, adquiriendo nuevas habilidades y autonomía personal. Hemos de recordar que mantener las normas no ha de estar reñido con el cariño y el afecto.
    Respetar su derecho al juego y a tener relaciones de amistad con sus compañeros.

Los niños deben poder jugar sin estar sometidos continuamente al control de los adultos. La libertad es una parte esencial del juego. La infancia, sobre todo, en las ciudades, sufre soledad en sus vidas y en sus juegos. Nuestra tendencia para paliarlo es comprarles muchos juguetes, aunque luego comprobamos que apenas les hacen caso. Lo que un niño necesita para jugar es un amigo o compañero de juego. La relación con los iguales es un factor fundamental para aprender a comunicarse. Debemos planificar nuestro tiempo para fomentar en nuestros hijos las relaciones sociales y afectivas con sus iguales.

    Respetar y fomentar su autonomía.
La tendencia natural de los niños es querer hacer las cosas por sí mismos. Esta disposición es muy positiva y necesaria para aprender y mejorar día a día. No debemos correr el riesgo de sobreprotegerlos pensando que les ayudamos. Protegiéndoles les ayudamos a protegerse a sí mismos, pero sobreprotegiéndoles solo les enseñamos a depender de nosotros.
    Protegerle de los riesgos reales o imaginarios.

Sabemos que los peligros existen y que no siempre vamos a poder evitarlos, aunque hagamos todo lo posible. Lo importante es enseñarles a reconocer los riesgos y evitar los posibles peligros. Es imprescindible que mantengamos una buena comunicación que les permita acudir a nosotros cuando se enfrentan a un problema que no saben solucionar.

Los niños también tienen miedos imaginarios. Lo más importante es escucharles, comprenderles y tranquilizarles; debemos evitar verbalizaciones y conductas violentas que fomenten miedo.
    Aceptar su sexualidad y ofrecer una imagen positiva de la misma.


 Los niños expresan su sexualidad a través del conocimiento de su cuerpo y del de los demás. La curiosidad por todo lo referido al sexo (diferencias biológicas entre niños y niñas, conductas sexuales, etc.) les lleva a preguntar y a jugar imitando muchas de las conductas que observan a diario. Debemos hacerles sentir que su cuerpo es bonito, que ninguna zona es fea, sucia o mala, para no hacerles vivir con culpabilidad las sensaciones que experimentan.
Los padres y madres, como principales educadores de sus hijos, tienen una gran responsabilidad en la educación sexual de sus hijos; su presencia activa, afectuosa y de respeto hacia los dos sexos es fundamental para su equilibrio y completo desarrollo.
    Comunicación y empatía.


Para tener una buena relación es imprescindible una buena comunicación.  Nuestros hijos deben sentirse escuchados y aceptados cuando hablan con nosotros. Escuchar a nuestros hijos es mirarles a los ojos y, sobre todo, no tener prisa. A los niños hay que darles tiempo, hay que estar con ellos.
Nuestra forma de vida exige demasiada rapidez, demasiada prisa. Las personas adultas lo sufrimos con manifestaciones de estrés y ansiedad, pero un niño no puede ni debe tener este ritmo frenético.
    Participación.

A veces no tenemos en cuenta las propuestas de nuestros hijos por el simple hecho de que no son adultos, pero si nos detenemos a escucharlos nos daríamos cuenta de que sus ideas no son tan “infantiles”.  Nuestro compromiso como padres y madres es educar a personas con capacidad de reflexión y de participación.
    Dedicarles tiempo y atención.


El ritmo de la vida actual provoca que dispongamos de poco tiempo para dedicarnos a nuestros niños. Sin embargo, los niños necesitan tiempo compartido. Tiempo de afecto, de comprensión, de establecimiento de límites, en fin, tiempo para todo lo que se ha comentado en los puntos anteriores.
Muy relacionado con el tiempo que dedicamos a nuestros hijos está la sociedad de consumo. Vivimos en una sociedad consumista en la que se tiende a medir a las personas por lo que tienen en lugar de por lo que son. Este es uno de los retos a los que nos enfrentamos tanto como personas como en la educación: hacerles comprender que lo valioso está en las personas y no en los objetos.
Ana Fernández Barreras y Eva Gómez Pérez    

Tomado de: Guía práctica del buen trato al niño.

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