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"El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen." Santa Teresa de Ávila
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viernes, 21 de marzo de 2014

¿DE QUÉ NOS ARREPENTIMOS ANTES DE MORIR?


Una enfermera australiana llamada Bronnie Ware ha recopilado en un libro titulado The Top Five Regrets of Dying (Los cinco principales lamentos en la muerte), las quejas más comunes de los seres humanos cuando les llega la hora. Ware cuenta su experiencia de varios años trabajando en cuidados paliativos, donde ha convivido con los enfermos en sus últimas semanas de vida.

Así, habla de la tremenda claridad de visión que la gente adquiere al final de sus vidas, y de cómo podemos aprender de la misma. Según la investigadora, en esos momentos hay temas comunes que emergen una y otra vez, y que resume en cinco grandes lamentos:

    “Ojalá hubiera tenido el coraje de vivir una vida fiel a mí mismo, y no a lo que los demás esperaban de mí”.

Según Ware,este es el lamento más común de todos. Cuando las personas se dan cuenta de que su vida está a punto de terminar y miran hacia atrás, es fácil ver cuántos sueños no se han realizado. La mayoría no había cumplido aún la mitad de sus sueños y tenía que morir sabiendo que era debido a las elecciones que habían o no habían hecho.

    “Ojalá no hubiera trabajado tan duro”.

Esta queja es propia, sobre todo, de los hombres:  Echaban de menos la juventud de sus hijos y la compañía de su pareja. Las mujeres también hablaban de este lamento, pero la mayoría eran de una generación anterior, muchas de las cuales no habían sido sostén de la familia. Todo los hombres que cuidé lamentaban profundamente haber gastado tanto tiempo de sus vidas en la rueda de una existencia basada en el trabajo.

    “Ojalá hubiera tenido el coraje de expresar mis sentimientos”.

Mucha gente suprimió sus sentimientos con el fin de mantener la paz con los demás. Como resultado, se conformaron con una existencia mediocre y nunca llegaron a ser lo que eran realmente capaces de llegar a ser.  Como resultado, contrajeron muchas enfermedades relacionadas con la amargura y el resentimiento.

    “Ojalá hubiera estado en contacto con mis amigos”.

A menudo, no se daban cuenta verdaderamente de todo el bien de sus viejos amigos hasta las semanas previas a morir y no siempre era posible localizarlos. Muchos de ellos habían llegado a estar tan atrapados en sus propias vidas que habían descuidado excelentes amistades durante años. Hubo muchos lamentos profundos acerca de no dar a la amistad el tiempo y esfuerzo que merecían. Todo el mundo echa de menos a sus amigos cuando están muriendo.

    “Ojalá me hubiera permitido ser más feliz”.

Este es un lamento sorprendentemente común. Muchos no se dan cuenta hasta el final de que la felicidad es una elección. Se habían quedado atascados en viejos patrones y hábitos. El llamado “confort” de familiaridad rebasó sus emociones y sus vidas. El miedo al cambio les llevaba a fingir ante los demás y ante sí mismos, de manera que se contenían cuando en lo más profundo habrían deseado reír a carcajadas y regresar a la “edad del pavo”.

Estos cinco lamentos retratan bastante bien una realidad forjada en la atención hacia todo lo exterior y un olvido de lo que cada cual es. Algo que se nos enseña desde pequeños y ante lo que solemos ser impotentes por el resto de nuestros días, tal y como viene a expresar el caso más común de arrepentimiento.
 
¿CÓMO VIVIR MI PROPIA VIDA?
 
¿Cómo volver a vivir? ¿Cómo volver al camino propio, a la senda del corazón? ¿Cómo morir sin remordimientos?
 
    Empiece por la honestidad
 
Se habla mucho de la honestidad y de la transparencia como valores primordiales, pero generalmente son dos virtudes que expresamos hacia fuera, en las plazas públicas, en las vitrinas de nuestra relación con los demás. Sin embargo, estos valores dejan de ser un discurso y se convierten en talento activo cuando somos honestos y transparentes con nosotros mismos, cuando aceptamos nuestra propia verdad. Y cada uno, más que nadie, sabe cuál es su propia verdad. 

Tal vez descubramos que nuestro matrimonio terminó hace un par de años y aun así, seguimos ahí, usando a los hijos de excusa de nuestra propia cobardía. Pesa tanto el qué dirán, el vivir para otros, el “cómo le voy hacer eso a mis suegros”, que nos traicionamos, a veces sin darnos cuenta. ¿Y yo? La pregunta es cómo me sigo haciendo esto a mí, cómo continúo viviendo en esta mentira y postergando mi verdad y mi felicidad, ya sea por miedo, por dependencia, por adicción a la aprobación, por perfeccionista o por incapacidad de cambiar.

Es posible que lo que usted haga como trabajo hace mucho no le llene, que lleve años envejeciendo, robotizado, con horarios indecentes y jefes deshumanizados, dando resultados y resultados para unos dueños que viven en Miami o en el otro lado del Pacífico. ¿Y usted? ¡Sí, usted, no se haga el loco! ¿Y usted? Traicionando los ojitos tiernos de tus hijos, acortándolos por teléfono desde un escritorio frío, totalmente contagiado del virus de la ocupadísimos, secuestrado por su miedo y por un salario que no goza porque es el precio de su traición, de la traición a sí mismo. 

¿Se ha dicho la verdad? ¿Hace cuánto quiere salir de ahí? ¿Hace cuánto, de manera subversiva, planea escaparse y dedicarse a lo que lo hace vibrar? Aunque no sea lo que estudió, aunque al principio no le dé plata, aunque se le venga el mundo encima. ¿Le alcanzará la vida que le queda para curar las heridas? ¿Cuándo se va a decir esta verdad? ¿Lo va hacer en esta vida o lo va a dejar para la siguiente reencarnación?
 
    Darse cuenta es el primer cambio

La honestidad permite la confrontación. No se trata de maltratarse o deprimirse. Eso no sirve. Se trata de dejar de pegar con chicle la vida, de asumir con amor las decisiones tomadas en esas noches de insomnio o en los tediosos domingos en los que nos encontramos con nosotros mismos, o cuando ya no podemos usar a los otros para culparlos de nuestras miserias y nos damos cuenta de que no estamos cumpliendo.

La honestidad es auto-conciencia, es despertar y asumir con responsabilidad el lugar en donde está nuestra vida y por qué está ahí. Darse cuenta es el primer cambio, asumir por qué estamos tan lejos de casa, tan solos o tan enmascarados que ya casi no nos reconocemos. Active la honestidad, tenga el coraje de decirse la verdad. Este es el primer paso para recuperar la vida. Será una purga amarga y vivificante que lo va a sacudir. Habrá dolor, pero sólo en el ego, dejará de ser Miss o Míster simpatía, será criticado y tendrá síndrome de abstinencia de regresar al auto-engaño. Con tiempo y obstinación, logrará autor-respeto, verdad, coherencia y auto-conciencia.
 
    Protagonizar la vida

No hacernos cargo de nuestras decisiones es irresponsable e irrespetuoso con nosotros mismos. La responsabilidad genera liderazgo, nos convierte en adultos. Para recuperar la vida es muy importante ser protagonistas. La palabra viene de Proto: primero, líder, y Agonía: transformación, cambio, muerte y resurrección.

Ser protagonista es acallar las voces de los otros y no dejarse confundir más por el ruido. Es volver a lo sencillo de confiar en el corazón y en la tripas, y tener el coraje de ejecutarlo. Protagonizar es ponerse al volante y dar los giros que la vida necesita; es liderar los propios procesos personales e interiores, asumiendo la crisis pero sin hacer caos, yendo poco a poco madurando cada acción sin abrir varios frentes al mismo tiempo.
 
Aún hay tiempo de girar. Siempre se puede volver a ser quien se es. Tal vez no toda nuestra vida está en crisis. Tal vez sólo una parte de ella. Recuerde que el ego prefiere hacer un caos y dramatizar todo para impedirle renacer, para anunciarle que todo va a salir mal. No escuche, esa es la voz del sistema, de la cultura del miedo, la cultura de los que lo encarcelaron desde el colegio y la crianza empujándolo a ser distinto de sí mismo, adecuado a sus necesidades. Como decía Víctor Franklin, sobreviviente de los campos de concentración de Auschwitz y Dachau, neurólogo y autor del libro El hombre en busca de sentido: “La última de las libertades humanas, y que no pueden quitarte, es elegir tu camino”.
 
    Creer en uno mismo

¡Deje de darse palo! No quiera ser como el Dalai Lama, esa es otra trampa. Querer ser como otros, así sean maravillosos, es perderse de sí mismo. Respete sus ritmos, sus historias, su manera particular de florecer. Creer es la clave, confiar en que sí lo va a lograr, creer que al final del día –y ojalá mucho antes– va a mirar hacia atrás, hacia su vida, y va a sentirse realizado. 

Confiar es caminar aunque todavía no vea para dónde va, es cerrar los ojos con fe y entregarse a su propia voz, a sus emociones y sentidos, y dejar que la vida suceda, sólo eso, renunciando al control de manipular la vida y a otras personas. Confiar es poder bajar la velocidad para ver y disfrutar el paisaje, es menos ansiedad y más inquietud, es despertar nuestras partes dormidas y volver a ser novatos en todo, ridículos y expuestos, y saber que es posible redecidir la vida, reinventarse y tener con su pareja más sexo y menos televisión, más tiempo para disfrutar los hijos, para mamar gallo, para reír y ver amigos, como en el colegio. No haga lo correcto siempre, haga lo amoroso, ensucie el uniforme de aburrido que tiene, juegue fútbol con los zapatos de trabajar, píntese la máscara, gástese los materiales de la vida y, sobre todo, deje de caminar fruncido en función de que nada se le desordene. Brinque, salte y grite… ¡Que lo que esté flojo en usted se caiga de una vez por todas!
 

Bronnie Ware 

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